OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: DE LUZ NUEVA SE VISTE LA TIERRA
De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido,
en la entraña feliz de la Virgen,
de su carne se ha revestido.
El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que todo puede
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría;
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.
Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que amoroso nos ha bendecido
y a su reino nos ha destinado. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.
Salmo 30, 2-17. 20-25 I SÚPLICA CONFIADA Y ACCIÓN DE GRACIAS
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.
Ant 2. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.
Salmo 30 II
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.
Ant 3. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.
Salmo 30 III
¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.
Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.
V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 24, 1-18
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR EN SU GRAN DÍA
Mirad que el Señor hiende la tierra y la resquebraja, devasta la superficie y dispersa a sus habitantes: lo mismo al pueblo que al sacerdote, al esclavo como al señor, a la esclava y a su señora, al que compra y al que vende, al prestatario y al prestamista, al acreedor y al deudor. Queda devastada la tierra, totalmente despojada, porque el Señor lo ha decretado.
Languidece y se agosta la tierra, desfallece y se marchita el orbe, cielo y tierra están abatidos, el suelo ha sido profanado por sus habitantes, pues violaron la ley, quebrantaron los mandatos, rompieron la alianza eterna. Por eso la maldición se ceba en la tierra, y lo pagan sus habitantes: por eso se consumen los habitantes del orbe y sólo quedan unos cuantos hombres.
Languidece el mosto, desfallece la vid, gime el corazón que estaba alegre. Cesa el alborozo de los panderos, se acaba el bullicio de las fiestas, cesa el alborozo de las cítaras. Ya no se bebe vino entre cantares, el licor sabe amargo al que lo bebe.
La ciudad, desolada, se derrumba; están cerradas las entradas de las casas. Se lamentan en las calles porque no hay vino, ha desaparecido la alegría, ha sido desterrado el alborozo del país. En la ciudad quedan sólo escombros y la puerta está hecha pedazos. Pero sucederá, en medio de la tierra y entre los pueblos, como en el vareo de la aceituna o en la rebusca después de la vendimia.
Ellos levantarán la voz vitoreando al Señor: «Aclamadlo desde el mar, responded desde oriente, glorificad desde las islas del mar el nombre del Señor, Dios de Israel. Desde los confines de la tierra hemos oído cánticos que dicen: "Gloria al Justo."»
Y yo dije:
«¡Basta ya! ¡Ay de los malvados que hacen el mal!
¡Ay de los violentos que ejercen la violencia! Pánico y zanja y cepo contra ti, habitante de la tierra. El que huya del grito de pánico caerá en la zanja y el que salga del fondo de la zanja quedará cogido en el cepo.»
RESPONSORIO Is 24, 14. 15; Sal 95, 1
R. Levantarán la voz vitoreando: * «Glorificad el nombre del Señor.»
V. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra.
R. Glorificad el nombre del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Juan de la Cruz, presbítero, Subida del monte Carmelo
(Libro 2, cap. 22, núms. 3-4)
DIOS NOS HABLÓ POR MEDIO DE SU HIJO
La principal causa por que en la ley de Escritura eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen revelaciones y visiones de Dios era porque aún entonces no estaba bien fundamentada la fe ni establecida la ley evangélica, y así era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora entre otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía, y hablaba, y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella.
Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces, porque en darnos, como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya -que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.
Y éste es el sentido de aquella autoridad con que comienza san Pablo a querer inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora, a la postre, en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez. En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos al Todo, que es su Hijo.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.
Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.
Porque desde aquel día que bajé con mi Espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas y se la di a él. Que si antes hablaba, era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles.»
RESPONSORIO Mi 4, 2; Jn 4, 25
R. Irán pueblos numerosos diciendo: «Vamos a subir al monte del Señor. * Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.»
V. Viene el Mesías, el Cristo; cuando venga, nos hará saber todas las cosas.
R. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.
ORACIÓN.
OREMOS,
Lleguen a ti, Señor, nuestras plegarias y colma nuestros deseos de llegar a conocer más plenamente el gran misterio de la encarnación de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.