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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Guarda, hijo mío, los consejos de tu padre, no rechaces las instrucciones de tu madre, llévalos siempre atados al corazón. Aleleuya.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: DICHOSOS LOS QUE, OYENDO LA LLAMADA

Dichosos los que, oyendo la llamada
de la fe y del amor en vuestra vida,
creísteis que la vida os era dada
para darla en amor y con fe viva.

Dichosos, si abrazasteis la pobreza
para llenar de Dios vuestras alforjas,
para servirle a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.

Dichosos mensajeros de verdades,
que fuisteis por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las guerras.

Dichosos, del amor dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Grande es el Señor, es incalculable su grandeza. Aleluya.

Salmo 144 I - HIMNO A LA GRANDEZA DE DIOS

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus creaturas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grande es el Señor, es incalculable su grandeza. Aleluya.

Ant 2. El Señor ha dado a conocer la gloria y majestad de su reinado. Aleluya.

Salmo 144 II

Que todas tus creaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus proezas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor ha dado a conocer la gloria y majestad de su reinado. Aleluya.

Ant 3. Todo viviente bendiga tu santo nombre por siempre jamás. Aleluya.

Salmo 144 III

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Todo viviente bendiga tu santo nombre por siempre jamás. Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.
R. Para que nuestra fe y esperanza se centren en Dios. Aleluya.


PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles 4, 5-31

PEDRO Y JUAN ANTE EL CONSEJO DE ANCIANOS

A la mañana siguiente, se reunieron los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas de Jerusalén, junto con Anás, el sumo sacerdote, y Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de familia pontifical. Hicieron comparecer en su presencia a Pedro y a Juan, y les preguntaron:

«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho esto vosotros?»

Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo:

«Ancianos y jefes del pueblo, ya que nos interrogáis hoy en juicio por haber hecho un beneficio a un inválido, para poner en claro por virtud de quién ha alcanzado éste la salud, sabedlo vosotros y que lo sepa todo el pueblo de Israel: en el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros habéis crucificado y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos, por él viene este hombre con salud a vuestra presencia. Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; en ningún otro se encuentra la salud, y no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»

Viendo la entereza con que hablaban Pedro y Juan, y considerando que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban asombrados y reconocían en ellos a los discípulos de Jesús; pero viendo allí con ellos al hombre que habían curado, no podían replicar nada en contra. Ante esto, les mandaron salir fuera del tribunal, y deliberaron entre sí:

«¿Qué vamos a hacer con estos hombres? Que han hecho un milagro clarísimo lo sabe toda Jerusalén, y nosotros no lo podemos negar. Pero, a fin de que esto no se divulgue más entre la gente, vamos a prohibirles con toda severidad que en adelante hablen a nadie en nombre de Jesús.»

Los llamaron y les intimaron que de ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Pedro y Juan, tomando la palabra, les dijeron:

«Juzgad por vosotros mismos si es justo, delante de Dios, obedecer a vosotros antes que a él. Nosotros no podemos dejar de hablar acerca de lo que hemos visto y oído.»

Ellos, profiriendo nuevas amenazas y no hallando motivo para castigarlos, los dejaron ir libres, ya que tenían miedo del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido, pues el hombre que había obtenido milagrosamente su curación pasaba de los cuarenta años. Pedro y Juan, una vez puestos en libertad, se dirigieron a los suyos y les refirieron todo cuanto los pontífices y ancianos les habían dicho. Al oírlo, unidos en unos mismos sentimientos, elevaron su voz a Dios y exclamaron:

«Señor, tú hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; tú, por medio del Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: "¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías." Porque verdaderamente, contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato, juntamente con los gentiles y con el pueblo de Israel. Con eso no hacían sino poner por obra cuanto tu voluntad y omnipotencia habían determinado que sucediese. Ahora, Señor, mira sus amenazas, y haz que tus siervos anunciemos tu palabra con toda entereza y libertad. Muestra tu omnipotencia, haciendo curaciones, señales y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús.»

Acabada esta oración, tembló el lugar en que estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo y anunciaban con valentía la palabra de Dios.

RESPONSORIO    Cf. Hch 4, 11-12a; Is 28, 16

R. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; * en ningún otro se encuentra la salud. Aleluya.
V. Así dice el Señor: «Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento.»
R. En ningún otro se encuentra la salud. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De las Meditaciones de san Juan Bautista de la Salle, presbítero.
(Meditación 201)

>EL AMOR DE DIOS DEBE APREMIARNOS

Reflexionad lo que dice el apóstol Pablo, a saber, que Dios ha puesto en la Iglesia apóstoles, profetas y doctores, y os convenceréis de que es Dios quien os ha asignado vuestro cargo. De ello os da testimonio el mismo Apóstol, cuando dice que hay diversos ministerios y diversas operaciones, y que en cada uno de estos dones se pone de manifiesto un mismo Espíritu Santo para común utilidad, esto es, para utilidad de la Iglesia.

Debéis estar, pues, bien seguros de que la gracia que se os ha dado, es decir, la de enseñar a los niños, anunciarles el Evangelio y formarlos cristianamente, es un gran don de Dios, ya que es él quien os ha llamado a esta santa ocupación.

Por consiguiente, procurad que los niños confiados a vuestros cuidados vean, en toda vuestra manera de enseñar, que sois ministros de Dios, ejerciendo vuestro cargo con una caridad no fingida y con verdadera diligencia. Tanto más debéis sentiros vinculados a vuestra labor, cuanto que sois ministros no sólo de Dios, sino también de Jesucristo y de la Iglesia.

Así lo afirma san Pablo, exhortando a que sean tenidos como ministros de Cristo todos los que anuncian el Evangelio, los que escriben aquella carta, dictada por el mismo Cristo, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón, que son los corazones de los niños. Por esto el amor de Dios debe apremiaros, ya que Jesucristo murió por todos, a fin de que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió y resucitó. Y, así, vuestros discípulos, impresionados por vuestra diligencia y asiduidad, han de sentir realmente que es Dios quien los exhorta a través de vosotros, ya que sois embajadores de Cristo.

Conviene, además, que manifestéis a la Iglesia el gran amor que le tenéis, y que le deis pruebas de vuestra diligencia. Vosotros, en efecto, trabajáis en unión con la Iglesia, que es el cuerpo de Jesucristo. Demostrad, pues, con vuestra actividad, que amáis a los que Dios os ha confiado, como Cristo amó a la Iglesia.

Esforzaos porque los niños entren verdaderamente a formar parte de este templo espiritual y lleguen a hacerse dignos de presentarse un día ante el tribunal de Jesucristo, gloriosos, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, para que se muestre en los siglos venideros la sublime riqueza de la gracia que Dios les ha dado, ayudándolos a ellos en su aprendizaje y a vosotros en vuestra labor de enseñarlos y educarlos, para que posean la herencia en el reino de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor.

RESPONSORIO    Mc 10, 13-14. 16

R. Le presentaban a Jesús unos niños para que les impusiera las manos; pero los discípulos trataban de apartarlos. Jesús, al verlo, les dijo: * «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo estorbéis, porque el reino de Dios es de los que son como ellos.» Aleluya.
V. Y tomándolos en sus brazos los bendecía, imponiendo su mano sobre ellos.
R. Dejad que los niños vengan a mí y no se lo estorbéis, porque el reino de Dios es de los que son como ellos. Aleluya.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.


ORACIÓN.

OREMOS,
Señor, Dios nuestro, que elegiste a san Juan Bautista de la Salle para educar cristianamente a la juventud, suscita en tu Iglesia educadores que se consagren por entero a la formación humana y cristiana de los jóvenes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm