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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: OH REY PERPETUO DE LOS ELEGIDOS

Oh Rey perpetuo de los elegidos,
oh Creador que todo lo creaste,
oh Dios en quien el Hijo sempiterno
es desde antes del tiempo igual al Padre.

Oh tú que, sobre el mundo que nacía,
imprimiste en Adán tu eterna imagen,
confundiendo en su ser el noble espíritu
y el miserable lodo de la carne.

Oh tú que ayer naciste de la Virgen,
y hoy del fondo de la tumba naces;
oh tú que, resurgiendo de los muertos,
de entre los muertos resurgir nos haces.

Oh Jesucristo, libra de la muerte
a cuantos hoy reviven y renacen,
para que seas el perenne gozo
pascual de nuestras mentes inmortales.

Gloria al Padre celeste y gloria al Hijo,
que de la muerte resurgió triunfante,
y gloria con entrambos al divino Paracleto,
por siglos incesantes. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53 - IV: LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Ant 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. Aleluya.

Salmo 88, 39-53 - V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. Aleluya.

Ant 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. Aleluya.

Salmo 89 - BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vigilia nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. Aleluya.

V. Dios resucitó al Señor. Aleluya.
R. Y nos resucitará también a nosotros por su poder. Aleluya.


PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles 10,1-33

PEDRO EN CASA DEL CENTURIÓN CORNELIO

En aquellos días, vivía en Cesárea un hombre, llamado Cornelio, que era centurión de la cohorte Itálica. Piadoso y temeroso de Dios, como toda su familia, hacía muchas obras de caridad entre el pueblo, y dirigía constantes oraciones a Dios. Un día, a eso de las tres de la tarde, tuvo una visión. Vio claramente que un ángel del Señor entraba a donde estaba él y le decía:

«¡Cornelio!»

Él lo miró fijamente y respondió atemorizado:

«¿Qué quieres, señor?»

El ángel le dijo:

«Tus oraciones y tus obras de caridad han subido hasta Dios como el sacrificio del memorial. Manda ahora unos hombres a Joppe y haz venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro. Se hospeda en casa de un curtidor, llamado Simón, que tiene la casa junto al mar.»

En cuanto desapareció el ángel que le había hablado, llamó Cornelio a dos de sus domésticos y a un soldado, muy piadoso, de los que estaban siempre con él; y, después de referirles con todo detalle lo sucedido, los envió a Joppe. Al día siguiente, mientras ellos iban caminando y se acercaban a la ciudad, subió Pedro a la azotea, hacia eso del mediodía, a orar. Sintió mucha hambre, y quiso tomar algo. Y, mientras le estaban preparando la comida, le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto y un objeto, algo así como un mantel inmenso, suspendido por las cuatro puntas, que iba bajando y se posaba sobre el suelo. Dentro de él había toda clase de animales: cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo. En esto, una voz le dijo:

«Levántate, Pedro, mata y come.»
Pedro exclamó:

«De ninguna manera, Señor. Jamás he comido cosa impura y que pueda contaminar.»

Habló de nuevo la voz, diciéndole:

«Lo que Dios ha purificado no lo tengas tú por impuro.»

Sucedió esto por tres veces; y, en seguida, el mantel fue recogido hacia el cielo. Estaba Pedro intrigado, discurriendo sobre el significado de la visión que había tenido, cuando se presentaron a la puerta los hombres enviados por Cornelio, que venían preguntando por la casa de Simón. Llamaron y preguntaron si allí se hospedaba Simón, a quien llamaban Pedro. Dijo entonces el Espíritu a Pedro, que seguía meditando en lo de la visión:

«Mira, ahí están tres hombres que te buscan. Anda, baja en seguida, y vete con ellos sin vacilar. Soy yo quien los ha enviado.»

Pedro bajó y dijo a aquellos hombres:

«Yo soy el que andáis buscando. ¿Qué es lo que os trae aquí?»

Ellos respondieron:

«El centurión Cornelio, que es un hombre justo y temeroso de Dios y muy bien considerado además por todo el pueblo judío, ha recibido de un ángel santo la orden de hacerte venir a su casa a fin de escuchar tus palabras.»

Al oír esto, Pedro los invitó a entrar y les dio hospedaje. Al día siguiente, se puso en camino con ellos, acompañado de algunos hermanos de Joppe. Al otro día, entró en Cesárea, donde los esperaba Cornelio, quien había invitado a sus parientes y amigos íntimos. En el momento de entrar Pedro, le salió al encuentro Cornelio, y se postró a sus pies. Pedro lo hizo levantarse diciéndole:

«Levántate, que yo soy también un hombre.»

Y, conversando con él, entró en casa, donde encontró un numeroso grupo de personas que se habían reunido. Pedro les dijo:

«Vosotros sabéis bien que los judíos tienen absolutamente prohibido tener trato con los extranjeros o entrar en sus casas. Pero Dios me ha enseñado a no llamar impuro ni manchado a ningún hombre. Por eso, sin replicar lo más mínimo, he venido apenas me ha llamado Dios. Pues bien, ahora os pregunto yo: ¿cuál es el objeto de vuestra llamada?»

Cornelio le respondió:

«Hace cuatro días, hacia esta hora de las tres de la tarde, estaba yo en mi casa haciendo oración. Y, de repente, apareció ante mí un hombre, vestido con brillantes vestiduras, que me dijo: "Cornelio, Dios ha escuchado tu oración y ha tomado en consideración tus obras de caridad. Manda un recado a Joppe y haz venir a Simón, a quien llaman Pedro; se hospeda en casa de Simón, el curtidor, junto al mar." En seguida, yo mandé en busca tuya, y me has hecho un favor muy grande en venir. Ahora, aquí, en presencia de Dios, estamos todos reunidos para escuchar las instrucciones que Dios te ha dado.»

RESPONSORIO    Mt 8, 10. 11

R. Jesús dijo: «Os aseguro que * en ningún israelita he hallado fe tan grande.» Aleluya.
V. Vendrán muchos del oriente y del occidente a sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
R. En ningún israelita he hallado fe tan grande. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 5, 2, 2-3: SC 153, 30-38)

LA EUCARISTÍA, PRENDA DE LA RESURRECCIÓN

Si no fuese verdad que nuestra carne es salvada, tampoco lo sería que el Señor nos redimió con su sangre, ni que el cáliz eucarístico es comunión de su sangre y el pan que partimos es comunión de su cuerpo. La sangre, en efecto, procede de las venas y de la carne y de todo lo demás que pertenece a la condición real del hombre, condición que el Verbo de Dios asumió en toda su realidad para redimirnos con su sangre, como afirma el Apóstol: Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Y, porque somos sus miembros, nos sirven de alimento los bienes de la creación; pero él, que es quien nos da estos bienes creados, haciendo salir el sol y haciendo llover según le place, afirmó que aquel cáliz, fruto de la creación, era su sangre, con la cual da nuevo vigor a nuestra sangre, y aseveró que aquel pan, fruto también de la creación, era su cuerpo, con el cual da vigor a nuestro cuerpo.

Por tanto, si el cáliz y el pan, cuando sobre ellos se pronuncian las palabras sacramentales, se convierten en la sangre y el cuerpo eucarísticos del Señor, con los cuales nuestra parte corporal recibe un nuevo incremento y consistencia, ¿cómo podrá negarse que la carne es capaz de recibir el don de Dios, que es la vida eterna, si es alimentada con la sangre y el cuerpo de Cristo, del cual es miembro?

Cuando el Apóstol dice en su carta a los Efesios: Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos, no se refiere a alguna clase de hombre espiritual e invisible -ya que un espíritu no tiene carne ni huesos-, sino al hombre tal cual es en su realidad concreta, que consta de carne, nervios y huesos, que es alimentado con el cáliz de la sangre de Cristo, y que recibe vigor de aquel pan que es el cuerpo de Cristo.

Y del mismo modo que la rama de la vid plantada en tierra da fruto a su tiempo, y el grano de trigo caído en tierra y disuelto sale después multiplicado por el Espíritu de Dios que todo lo abarca y lo mantiene unido, y luego el hombre, con su habilidad, los transforma para su uso, y al recibir las palabras consecratorias se convierten en el alimento eucarístico del cuerpo y sangre de Cristo; del mismo modo nuestros cuerpos, alimentados con la eucaristía, después de ser sepultados y disueltos bajo tierra, resucitarán a su tiempo, por la resurrección que les otorgará aquel que es el Verbo de Dios, para gloria de Dios Padre, que rodea de inmortalidad a este cuerpo mortal y da gratuitamente la incorrupción a este cuerpo corruptible, ya que la fuerza de Dios se muestra perfecta en la debilidad.

RESPONSORIO    Jn 6, 48-52

R. Yo soy el pan de vida; vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; * éste es el pan que baja del cielo para que quien lo coma no muera. Aleluya.
V. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; todo el que coma de este pan vivirá eternamente.
R. Éste es el pan que baja del cielo para que quien lo coma no muera. Aleluya.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado con más plenitud la grandeza de tu amor, concédenos, ya que nos has librado de las tinieblas del error, que nos adhiramos más firmemente a tus enseñanzas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm