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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: TESTIGOS DE AMOR

Testigos de amor
de Cristo Señor,
mártires santos.

Rosales en flor
de Cristo el olor,
mártires santos.

Palabras en luz
de Cristo Jesús,
mártires santos.

Corona inmortal
del Cristo total,
mártires santos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor hará justicia a los pobres.

SALMO 9B I - CANTO DE ACCIÓN DE GRACIAS

¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado.

El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
«No hay Dios que me pida cuentas.»

La intriga vicia siempre su conducta,
aleja de su mente tus juicios y desafía a sus rivales.
Piensa: «No vacilaré,
nunca jamás seré desgraciado.»

Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente.

Sus ojos espían al pobre;
acecha en su escondrijo como león en su guarida,
acecha al desgraciado para robarle,
arrastrándolo a sus redes;

se agacha y se encoge
y con violencia cae sobre el indefenso.
Piensa: «Dios lo olvida,
se tapa la cara para no enterarse.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor hará justicia a los pobres.

Ant 2. Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.

Salmo 9B - II

Levántate, Señor, extiende tu mano,
no te olvides de los humildes;
¿por qué ha de despreciar a Dios el malvado,
pensando que no le pedirá cuentas?

Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.

Rómpele el brazo al malvado,
pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca.
El Señor reinará eternamente
y los gentiles desaparecerán de su tierra.

Señor, tú escuchas los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra
no vuelva a sembrar su terror.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.

Ant 3. Las palabras del Señor son palabras sinceras, como plata refinada siete veces.

Salmo 11 - INVOCACIÓN A LA FIDELIDAD DE DIOS CONTRA LOS ENEMIGOS MENTIROSOS.

Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,
que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblez de corazón.

Extirpe el Señor los labios embusteros
y la lengua orgullosa
de los que dicen: «la lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro amo?»

El Señor responde: «por la opresión del humilde,
por el gemido del pobre, yo me levantaré,
y pondré a salvo al que lo ansía».

Las palabras del Señor son palabras sinceras,
como plata limpia de escoria,
refinada siete veces.

Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente:
de los malvados que merodean
para chupar como sanguijuelas sangre humana.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Las palabras del Señor son palabras sinceras, como plata refinada siete veces.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.
R. Enseña su camino a los humildes.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 41, 56--42, 26

LOS HERMANOS DE JOSÉ BAJAN A EGIPTO

En aquellos días, cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras arreciaba el hambre en Egipto. Y de todos los países venían a Egipto a comprar grano a José, porque el hambre arreciaba en toda la tierra. Enterado Jacob de que había grano en Egipto, dijo a sus hijos:

«¿Qué estáis mirando? He oído decir que hay grano en Egipto; bajad allá y compradnos grano para que sigamos viviendo y no muramos.»

Bajaron, pues, diez hermanos de José a comprar grano en Egipto. Jacob no dejó marchar a Benjamín, hermano de José, con sus hermanos, temiendo que le sucediera una desgracia. Los hijos de Israel fueron entre otros a comprar grano, pues había hambre en Canaán.

José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo. Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra. Al ver a sus hermanos, José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente:

«¿De dónde venís?»

Contestaron:

«De tierra de Canaán a comprar provisiones.»

José reconoció a sus hermanos, pero no se les dio a conocer. Se acordó José de los sueños que había soñado, y les dijo:

«¡Sois espías!; habéis venido a observar las zonas desguarnecidas del país.»

Contestaron:

«No es así, señor; tus siervos han venido a comprar provisiones. Somos todos hijos de un mismo padre, y gente honrada; tus siervos no son espías.»

Él insistió:

«No es cierto, habéis venido a observar las zonas desguarnecidas del país.»

Respondieron:

«Éramos doce hermanos, hijos de un mismo padre, en tierra de Canaán; el menor se ha quedado con su padre, y el otro ha desaparecido.»

José les dijo:

«Lo que yo decía, sois espías; pero os pondré a prueba: no saldréis de aquí, por vida del Faraón, si primero no me traéis a vuestro hermano menor. Despachad a uno de vosotros por vuestro hermano, mientras los demás quedáis presos; y probaréis que vuestras palabras son verdaderas; de lo contrario, por vida del Faraón, que sois espías.»

Y los hizo detener, durante tres días. Al tercer día, les dijo:

«Yo temo a Dios, por eso haréis lo siguiente, y salvaréis la vida: Si sois gente honrada, uno de vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis.»

Ellos aceptaron, y se decían:

«Estamos pagando el delito contra nuestro hermano, cuando lo veíamos suplicarnos angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia.»

Intervino Rubén:

«¿No os lo decía yo: "No pequéis contra el muchacho", y no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre.»

Ellos no sabían que José los entendía, pues había usado intérprete. Él se retiró y lloró; después volvió a ellos y escogió a Simeón y lo hizo encadenar en su presencia.

José mandó que les llenasen los sacos de grano, que metieran el dinero pagado en cada saco y que les dieran provisiones para el camino. Así se hizo. Cargaron el grano a los asnos y se marcharon.

RESPONSORIO    1M 2, 53; Hch 7, 10

R. José, en medio del peligro, cumplió el mandamiento * y llegó a ser señor de Egipto.
V. Dios le dio sabiduría ante el Faraón.
R. Y llegó a ser señor de Egipto.

SEGUNDA LECTURA

De la Historia del martirio de los santos Pablo Miki y compañeros, escrita por un autor contemporáneo.
(Cap. 14, 109-110: Acta Sanctorum Februarii 1, 769)

SERÉIS MIS TESTIGOS

Una vez crucificados, era admirable ver la constancia de todos, a la que los exhortaban, ora el padre Pasio, ora el padre Rodríguez. El padre comisario estaba como inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos en acción de gracias a la bondad divina, intercalando el versículo: En tus manos, Señor. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz inteligible. El hermano Gonzalo rezaba en voz alta el padrenuestro y el avemaría.

Pablo Miki, nuestro hermano, viéndose colocado en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había ocupado, empezó por manifestar francamente a los presentes que él era japonés, que pertenecía a la Compañía de Jesús, que moría por haber predicado el Evangelio y que daba gracias a Dios por un beneficio tan insigne; a continuación añadió estas palabras:

«Llegado a este momento crucial de mi existencia, no creo que haya nadie entre vosotros que piense que pretendo disimular la verdad. Os declaro, pues, que el único camino que lleva a la salvación es el que siguen los cristianos. Y, como este camino me enseña a perdonar a los enemigos y a todos los que me han ofendido, perdono de buen grado al rey y a todos los que han contribuido a mi muerte, y les pido que quieran recibir la iniciación cristiana del bautismo.»

Luego, vueltos los ojos a sus compañeros, comenzó a darles ánimo en aquella lucha decisiva; en el rostro de todos se veía una alegría especial, sobre todo en el de Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo con los dedos y con todo su cuerpo. Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de haber invocado el santísimo nombre de Jesús y de María, se puso a cantar el salmo: Alabad, siervos del Señor, que había aprendido en la catequesis de Nagasaki, ya que en ella se enseña a los niños algunos salmos. Otros, finalmente, iban repitiendo con rostro sereno:

«¡Jesús, María!.»

Algunos también exhortaban a los presentes a una vida digna de cristianos; con estas y otras semejantes acciones demostraban su pronta disposición ante la muerte. Entonces los cuatro verdugos empezaron a sacar lanzas de las fundas que acostumbraban usar los japoneses; ante aquel horrendo espectáculo todos los fieles se pusieron a gritar:

«¡Jesús, María!.»

Y, lo que es más, prorrumpieron en unos lamentos capaces de llegar hasta el mismo cielo. Los verdugos asestaron a cada uno de los crucificados una o dos lanzadas con lo que, en un momento, pusieron fin a sus vidas.

RESPONSORIO    Cf. Ga 6, 14; Flp 1, 29

R. Líbrenos Dios de gloriarnos si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en quien está nuestra salvación, vida y resurrección; * por él hemos sido salvados y liberados.
V. Dios os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y aun de padecer por él.
R. Por él hemos sido salvados y liberados.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios, fortaleza de los mártires, que quisiste que san Pablo Miki y sus compañeros alcanzaran la vida eterna, muriendo en cruz por confesar la fe verdadera, concédenos, por su intercesión, proclamar con valentía nuestra fe hasta derramar por ella, si es preciso, nuestra propia sangre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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