OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. A Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió, venid, adorémosle.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: LEVÁNTAME SEÑOR, QUE ESTOY CAÍDO
Levántame Señor, que estoy caído,
sin amor, sin temor, sin fe, sin miedo;
quiérome levantar, y estoyme quedo;
yo propio lo deseo, y yo lo impido.
Estoy, siendo uno solo, dividido:
a un tiempo muerto y vivo, triste y ledo;
lo que puedo hacer, eso no puedo;
huyo del mal y estoy en él metido.
Tan obstinado estoy en mi porfía,
que el temor de perderme y de perderte
jamás de mi mal uso me desvía.
Tu poder y bondad truequen mi suerte:
que en otros veo enmienda cada día,
y en mí nuevos deseos de ofenderte. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Salmo 17, 2-30 I- ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA VICTORIA
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.
En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz
y mi grito llegó a sus oídos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Ant 2. El Señor me libró porque me amaba.
Salmo 17 II
Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su rostro se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz,
y lanzaba carbones ardiendo.
Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba sobre un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad:
como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;
y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.
El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste el fragor de tu voz,
al soplo de tu ira.
Desde el cielo alargó la mano y me sostuvo,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.
Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor me libró porque me amaba.
Ant 3. Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas.
Salmo 17 III
El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;
Le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.
Con el fiel, tú eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.
Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti, me meto en la refriega;
fiado en mi Dios, asalto la muralla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas.
V. Convertíos y haced penitencia.
R. Haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo.
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Números 16, 1-11. 16-24. 28-35
CISMA DE CORÉ, DATÁN y ABIRÓN
En aquellos días, Coré, hijo de Yishar, hijo de Quehat, levita, Datán y Abirón, hijos de Eliab, y On, hijo de Pelet, rubenitas, se rebelaron contra Moisés, y con ellos doscientos cincuenta hombres, jefes de la asamblea, escogidos para su cargo y de buena reputación. Se amotinaron contra Moisés y Aarón, diciendo:
«Ya está bien. Toda la comunidad es sagrada y en medio de ella está el Señor, ¿por qué os ponéis encima de la asamblea del Señor?»
Moisés, al oírlo, se echó por tierra y dijo a Coré y a sus secuaces:
«Mañana hará saber el Señor quién le pertenece: al consagrado lo hará acercarse, al escogido lo hará acercarse. Haced, pues, lo siguiente: Coré y todos sus secuaces, coged los incensarios, poned en ellos fuego y echad incienso mañana. El hombre que el Señor escoja le está consagrado. Ya está bien, levitas.»
Moisés dijo a Coré:
«Escuchadme, levitas: ¿todavía os parece poco? El Dios de Israel os ha apartado de la asamblea de Israel para que estéis cerca de él, prestéis servicio en su templo y estéis a disposición de la asamblea para servirle. A ti y a tus hermanos levitas se os ha acercado. ¿Por qué reclamáis también el sacerdocio? Tú y tus secuaces os habéis rebelado contra el Señor, pues ¿quién es Aarón para que protestéis contra él? Mañana, tú y tus secuaces os presentaréis al Señor, y también Aarón con ellos. Que cada uno coja su incensario, eche incienso y lo ofrezca al Señor. Cada uno de los doscientos cincuenta su incensario, y tú y Aarón el vuestro.»
Cogió, pues, cada uno su incensario, puso fuego, echó incienso y se colocaron a la entrada de la Tienda de Reunión con Moisés y Aarón. También Coré reunió a sus secuaces a la entrada de la Tienda de Reunión. La gloria del Señor se mostró a todos los reunidos, y el Señor dijo a Moisés y a Aarón:
«Apartaos de ese grupo que los voy a consumir al instante.»
Ellos cayeron rostro a tierra y oraron:
«Dios, Dios de los espíritus de todos los vivientes, uno solo ha pecado, ¿y vas a irritarte contra todos?»
El Señor respondió a Moisés:
«Di a la gente que se aparte de las tiendas de Coré, Datán y Abirón.»
Dijo entonces Moisés:
«En esto conoceréis que es el Señor quien me ha enviado a actuar así y que no obro por cuenta propia. Si éstos mueren de muerte natural, según el destino de todos los hombres, es que el Señor no me ha enviado; pero si el Señor hace un milagro, si la tierra se abre y se los traga con los suyos, y bajan vivos al abismo, entonces sabréis que estos hombres han despreciado al Señor.»
Apenas había terminado de hablar, cuando el suelo se resquebrajó debajo de ellos, la tierra abrió la boca y se los tragó con todas sus familias, y también a la gente de Coré con sus posesiones. Ellos con todos los suyos bajaron vivos al abismo; la tierra los cubrió y desaparecieron de la asamblea. Al ruido, todo Israel, que estaba alrededor, echó a correr, pensando que los tragaba la tierra. Y el Señor hizo estallar un fuego que consumió a los doscientos cincuenta hombres que habían llevado el incienso.
RESPONSORIO Jds 5. 11. 4
R. El Señor, después de haber salvado de Egipto a su pueblo, hizo luego perecer a los que no tuvieron fe. * ¡Ay de ellos!, porque han seguido la senda de Caín y han caído en la perdición de la rebelión de Coré.
V. Entre vosotros se han introducido algunos hombres impíos, que niegan al único Dueño y Señor nuestro.
R. ¡Ay de ellos!, porque han seguido la senda de Caín y han caído en la perdición de la rebelión de Coré.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos
(Salmo 85, 1: CCL 39, 1176-1177)
JESUCRISTO ORA POR NOSOTROS, ORA EN NOSOTROS, Y AL MISMO TIEMPO ES A ÉL A QUIEN DIRIGIMOS NUESTRA ORACIÓN
El mayor don que Dios podía conceder a los hombres es hacer que su Palabra, por quien creó todas las cosas, fuera la cabeza de ellos, y unirlos a ella como miembros suyos, de manera que el Hijo de Dios fuera también hijo de los hombres, un solo Dios con el Padre, un solo hombre con los hombres; y así, cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros, y, cuando ruega el cuerpo del Hijo, lo hace unido a su cabeza; de este modo, el único Salvador de su cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros, y al mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra oración.
Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios.
Reconozcamos, pues, nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros. Y, cuando hallemos alguna afirmación referente al Señor Jesucristo, sobre todo en las profecías, que nos parezca contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos reparo alguno en atribuírsela, pues él no tuvo reparo en hacerse uno de nosotros.
A él sirve toda creatura, porque por él fue hecha toda creatura, y, por esto, contemplamos su sublimidad y divinidad cuando escuchamos: Ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; ya al principio estaba ella con Dios; por ella empezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las que existen empezó a ser sino por ella. Pero los que contemplamos esta divinidad del Hijo de Dios, que supera y trasciende de modo absoluto a toda creatura, por sublime que sea, lo oímos también, en otros lugares de la Escritura, gimiendo y suplicando, como si se reconociera reo de algo.
Y dudamos en atribuirle estas expresiones por el hecho de que nuestra mente, que acaba de contemplarlo en su divinidad, se resiste a descender hasta su abajamiento, y le parece que le hace injuria al admitir unas expresiones humanas en aquel a quien acaba de dirigir su oración como Dios; y, así, duda muchas veces y se esfuerza en cambiar el sentido de las palabras; y lo único que encuentra en la Escritura es el recurso a él, para no errar acerca de él.
Por tanto, que nuestra fe esté despierta y vigilante; y démonos cuenta de que aquel mismo que contemplábamos poco antes en su condición de Dios tomó la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte; y, clavado en la cruz, quiso hacer suyas las palabras del salmo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Por tanto, oramos a él por su condición de Dios, ora él por su condición de siervo; por su condición divina es creador, por su condición de siervo es creado, habiendo asumido él, inmutable, a la creatura mudable, y haciéndonos a nosotros con él un solo hombre, cabeza y cuerpo. Así, pues, oramos a él, por él y en él; hablamos con él y él habla en nosotros.
RESPONSORIO Jn 16, 24. 23
R. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre. * Pedid y recibiréis, y vuestra alegría será completa.
V. Yo os lo aseguro: cuanto pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.
R. Pedid y recibiréis, y vuestra alegría será completa.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios misericordioso, ilumina los corazones de tus hijos que tratan de purificarse por la penitencia de la Cuaresma y, ya que nos infundes el deseo de servirte con amor, dígnate escuchar paternalmente nuestras súplicas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.