OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos al Señor, fuente de la sabiduría. Aleluya.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: HONDO SABER DE DIOS FUE VUESTRA CIENCIA
Hondo saber de Dios fue vuestra ciencia.
su espíritu de verdad os dio a beberla
en la Revelación, que es su presencia
en velos de palabra siempre nueva.
Abristeis el camino para hallarla
a todo el que de Dios hambre tenía,
palabra del Señor que, al contemplarla,
enciende nuestras luces que iluminan.
Saber de Dios en vida convertido
es la virtud del justo, que, a su tiempo,
si Dios le dio la luz, fue lo debido
que fuera su verdad, su pensamiento.
Demos gracias a Dios humildemente,
y al Hijo, su verdad que a todos guía,
dejemos que su Luz, faro esplendente,
nos guíe por el mar de nuestra vida. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. Aleluya.
Salmo 17, 2-30 I- ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA VICTORIA
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.
En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz
y mi grito llegó a sus oídos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. Aleluya.
Ant 2. El Señor me libró porque me amaba. Aleluya.
Salmo 17 II
Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su rostro se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz,
y lanzaba carbones ardiendo.
Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba sobre un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad:
como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;
y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.
El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste el fragor de tu voz,
al soplo de tu ira.
Desde el cielo alargó la mano y me sostuvo,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.
Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor me libró porque me amaba. Aleluya.
Ant 3. Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas. Aleluya.
Salmo 17 III
El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;
Le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.
Con el fiel, tú eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.
Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti, me meto en la refriega;
fiado en mi Dios, asalto la muralla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas. Aleluya.
V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.
R. Para que nuestra fe y esperanza se centren en Dios. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 18, 1-28
FUNDACIÓN DE LA IGLESIA DE CORINTO
En aquellos días, salió Pablo de Atenas y vino a Corinto. Allí se encontró con un judío del Ponto, llamado Áquila, y con su mujer Priscila, recientemente venidos de Italia, por haber mandado Claudio que saliesen de Roma todos los judíos. Pablo trabó amistad con ellos y, como tenía el mismo oficio, se quedó a vivir en casa de ellos, trabajando en su compañía. Eran fabricantes de lona. Cada sábado discutía en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y griegos. Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se entregó por entero a la predicación del Evangelio, afirmando claramente ante los judíos que Jesús era el Mesías. Pero, ante su oposición y sus palabras injuriosas, Pablo sacudió sus vestidos y les dijo:
«Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza; yo no tengo la culpa. De aquí en adelante, me dirigiré a los gentiles.»
Con esto, salió de allí y se fue a casa de un prosélito, llamado Ticio Justo, que vivía al lado de la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, con toda su familia; y muchos corintios, después de escuchar la predicación de Pablo, abrazaban la fe y se hacían bautizar. Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo:
«No temas. Habla y no calles; que yo estoy contigo y nadie osará hacerte daño. Sabe que tengo en esta ciudad muchísima gente que me pertenece.»
Se detuvo allí un año y seis meses, enseñando la palabra de Dios. Siendo Galión procónsul de Acaya, se levantaron a una los judíos contra Pablo y lo llevaron ante el tribunal, diciendo:
«Este hombre incita a la gente a dar a Dios un culto contrario a la ley.»
Ya estaba Pablo para hablar, cuando Galión, dirigiéndose a los judíos, les habló así:
«Si se tratase de una injusticia o de un grave delito, os escucharía, como es lógico. Pero tratándose, como se trata, de discusiones sobre palabras, sobre nombres y sobre vuestra ley, allá vosotros. Yo no quiero ser juez en tales asuntos.»
Y los despachó del tribunal. Por lo que todos se arrojaron sobre Sostenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearlo delante del tribunal, sin que Galión se preocupase lo más mínimo. Pablo, después de haber permanecido todavía muchos días, se despidió de los hermanos y, junto con Priscila y Áquila, se embarcó para Siria; antes, se había hecho rapar la cabeza en Cencreas, pues tenía hecho voto de nazareato. Desembarcaron en Éfeso, y Pablo, dejando allí a sus compañeros, entró en la sinagoga para hablar con los judíos. Le rogaron que se quedase por más tiempo, pero él no accedió, sino que se despidió con estas palabras:
«Si Dios quiere, volveré otra vez a veros.»
Y partió de Éfeso. Desembarcó en Cesárea, subió a saludar a la Iglesia de Jerusalén y bajó luego a Antioquía. Después de haberse detenido allí algún tiempo, salió a recorrer sucesivamente las regiones de Galacia y Frigia, fortaleciendo en la fe a todos los discípulos.
Entretanto, un judío, llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en las Escrituras, llegó a Éfeso. Había sido instruido en la doctrina del Señor y, con fervor de espíritu, hablaba y enseñaba rectamente todo lo referente a Jesús; pero sólo conocía el bautismo de Juan. Apolo, pues, comenzó a predicar resueltamente en la sinagoga. Priscila y Áquila, que lo escucharon, lo tomaron aparte y le expusieron con mayor exactitud la doctrina evangélica. Como quería él pasar a Acaya, lo animaron a ello los hermanos, y escribieron a los discípulos para que le dispensasen buena acogida. Su llegada fue muy provechosa para los fieles, por la gracia de Dios que poseía, porque refutaba vigorosamente en público a los judíos y les demostraba, por las Escrituras, que Jesús es el Mesías.
RESPONSORIO Hch 18, 9-10a; Ex 4, 12
R. En una visión, el Señor dijo a Pablo: «No temas. * Habla y no calles; que yo estoy contigo.» Aleluya.
V. Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que tienes que decir.
R. Habla y no calles: que yo estoy contigo. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De las disertaciones de san Atanasio, obispo
(Disertación sobre la encarnación del Verbo, 8-9: PG 25, 110-111)
LA ENCARNACIÓN DEL VERBO
El Verbo de Dios, incorpóreo e inmune de la corrupción y de la materia, vino al lugar donde habitamos, aunque nunca antes estuvo ausente, ya que nunca hubo parte alguna del mundo privada de su presencia, pues, por su unión con el Padre, lo llenaba todo en todas partes.
Pero vino por su benignidad, en el sentido de que se nos hizo visible. Compadecido de la debilidad de nuestra raza y conmovido por nuestro estado de corrupción, no toleró que la muerte dominara en nosotros ni que pereciera la creación, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para sí un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo.
En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo, habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello también, hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.
Por esta razón asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción.
De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos.
De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.
Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación.
RESPONSORIO Jr 15, 19. 20; 2Pe 2, 1
R. Serás como mi boca, te pondré frente a este pueblo como muralla de bronce inexpugnable; * lucharán contra ti, mas no podrán vencerte, pues yo estoy contigo. Aleluya.
V. Habrá falsos maestros que introducirán sectas perniciosas, y llegarán hasta a negar al Señor que los rescató.
R. Lucharán contra ti, mas no podrán vencerte, pues yo estoy contigo. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que suscitaste a san Atanasio como preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, haz que nosotros, iluminados por sus enseñanzas y ayudados por sus ejemplos, crezcamos en tu conocimiento y en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.