OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: ¿QUÉ HAS VISTO DE CAMINO?
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Levántate, Señor, y ven en mi auxilio. Aleluya.
Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-24a. 27-28 - I - SÚPLICA CONTRA LOS PERSEGUIDORES INJUSTOS
Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerrea contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
«Yo soy tu victoria.»
Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
«Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?»
Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Levántate, Señor, y ven en mi auxilio. Aleluya.
Ant 2. Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso. Aleluya.
Salmo 34, II
Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.
Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste,
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.
Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;
me laceraban sin cesar,
cruelmente se burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso. Aleluya.
Ant 3. Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabaré, Señor. Aleluya.
Salmo 34, III
Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,
y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.
Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no se hagan guiños a mi costa
los que me odian sin razón.
Señor, tú lo has visto, no te calles;
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío;
Señor mío, defiende mi causa.
Júzgame tú según tu justicia.
Que canten y se alegren
los que desean mi victoria;
que repitan siempre: «Grande es el Señor»,
los que desean la paz a tu siervo.
Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabaré.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabaré, Señor. Aleluya.
V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.
R. El cielo y la tierra se alegran. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 19, 21-40
REVUELTA DE ÉFESO CONTRA PABLO
En aquellos días, Pablo concibió el propósito de ir a Jerusalén atravesando Macedonia y Acaya. Y pensaba:
«Después de estar allí, he de visitar también Roma.»
Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, a Timoteo y a Erasto; y él se detuvo algún tiempo en el Asia proconsular.
Hubo por aquellos días un gran tumulto con motivo de la predicación del Evangelio. Un platero, llamado Demetrio, que labraba en plata templetes de Artemisa, propocionaba mucho trabajo y ganancia a los artífices. Los convocó un día, junto con los demás obreros del ramo, y les dijo:
«Bien sabéis, amigos, que de esta industria depende nuestro bienestar. También estáis viendo y oyendo decir que no sólo en Éfeso, sino en casi toda el Asia proconsular, este Pablo, con su persuasión, ha llevado tras de sí a mucha gente, diciéndoles que no son dioses los que fabricamos con nuestras manos. Esto supone el peligro no sólo de que vaya a la ruina nuestra industria, sino también de que el mismo santuario de la gran diosa Artemisa pierda su prestigio. Con ello quedará despojada de su grandeza aquella a quien toda el Asia proconsular y el orbe veneran.»
Ante estas palabras, se llenaron de ira y comenzaron a gritar:
«¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
Se produjo un revuelo en la ciudad, y todos a una se precipitaron en el teatro, arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de viaje de Pablo. Quería Pablo salir en público ante el gentío allí reunido, pero no le dejaron los discípulos. Incluso algunos magistrados de la provincia romana de Asia, amigos suyos, le mandaron recado, rogándole que no se presentase en el teatro. Unos gritaban una cosa, y otros otra. La gente que se había reunido se hallaba revuelta y alborotada, y la mayor parte no sabían por qué se habían reunido. En esto, algunos de entre la multitud dieron sus instrucciones a Alejandro, a quien los judíos habían hecho destacarse; y Alejandro, haciendo señas con la mano, intentó hablar en defensa propia ante la reunión. Apenas se dieron cuenta de que era judío, levantaron todos a una la voz y estuvieron por espacio de dos horas gritando:
«¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
Por fin, el alto funcionario de la ciudad logró calmar la multitud, y se expresó así:
«Efesios, ¿quién no sabe que la ciudad de Éfeso es la guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua traída del cielo? Esto no lo puede negar nadie. Por lo tanto, conviene que estéis en calma y que no hagáis nada atropelladamente; porque habéis traído aquí a estos hombres que ni son sacrílegos ni blasfeman contra vuestra diosa. Si Demetrio y sus compañeros de profesión tienen algo que demandar contra alguno, asambleas públicas se celebran, y procónsules hay: que recurran a ellos. Si alguna otra cosa deseáis, la trataremos en la asamblea legal ordinaria. Porque estamos expuestos a que nos acusen de sedición por lo que ha sucedido hoy, y no hay motivo alguno que justifique este tumulto.» Y, dicho esto, disolvió la manifestación.
RESPONSORIO Cf. 2Co 1, 8.9
R. No quisiéramos que desconocieseis la tribulación que nos sobrevino en el Asia Menor. * Pero no pusimos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Aleluya.
V. Nos vimos agobiados lo indecible, hasta no poder más.
R. Pero no pusimos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones del beato Isaac, abad del monasterio de Stella
(Sermón 42: PL 194, 1831-1832)
PRIMOGÉNITO DE MUCHOS HERMANOS
Así como la cabeza y el cuerpo forman un solo hombre, así también el Hijo de la Virgen y sus miembros elegidos forman un solo hombre y un solo Hijo del hombre. Dice la Escritura: El Cristo íntegro y total lo forman la cabeza y el cuerpo, ya que todos los miembros juntos forman un solo cuerpo, el cual, junto con la cabeza, constituye un solo Hijo del hombre, un solo Hijo de Dios, por su unión con el Hijo de Dios en persona, el cual, a su vez, es un solo Dios por su unión con la divinidad.
Por tanto, todo el cuerpo unido a la cabeza es Hijo del hombre e Hijo de Dios, y aun Dios. De ahí aquellas palabras: Padre, quiero que sean uno, como nosotros somos uno.
Así pues, según este famoso texto de la Escritura, no existe el cuerpo separado de la cabeza, ni la cabeza separada del cuerpo; ni existe el Cristo total, cuerpo y cabeza, separado de Dios.
De manera que todo el conjunto, por su unión con Dios, es un solo Dios; pero el Hijo de Dios está unido con Dios por naturaleza, y el Hijo del hombre está unido con el Hijo de Dios de manera personal, mientras que su cuerpo lo está de un modo místico. Por consiguiente, los miembros de Cristo, unidos espiritualmente a él por la fe, pueden afirmar con todo derecho que son ellos también lo mismo que es él, Hijo de Dios y Dios. Pero él lo es por naturaleza, los miembros por comunicación; él lo es en plenitud, los miembros por participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación, los miembros lo son por adopción, tal como está escrito: Habéis recibido espíritu de adopción filial, por el que clamamos: «¡Padre!»
Según este espíritu, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios, para que el primogénito de muchos hermanos pudiera enseñarnos a decir: Padre nuestro, que estás en el cielo. Y en otro lugar dice el Señor: Subo a mi Padre y a vuestro Padre.
Por el mismo Espíritu por el cual el Hijo del hombre nació del seno de la Virgen como cabeza nuestra, nosotros renacemos en la fuente bautismal como hijos de Dios y como cuerpo del Hijo del hombre. Y, así como él nació inmune de pecado, así también nosotros renacemos por el perdón de nuestros pecados.
Del mismo modo que en la cruz cargó sobre su cuerpo de carne con los pecados de todo el cuerpo, así quiso también que a su cuerpo místico, por la gracia de la regeneración, no le fuese imputado pecado alguno, como está escrito: Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Este hombre dichoso es sin duda el Cristo íntegro, el cual, en cuanto que su cabeza es Dios, él mismo perdona los pecados; en cuanto que la cabeza del cuerpo es un Hijo del hombre, nada tiene personalmente que se le pueda perdonar; y, en cuanto que el cuerpo de la cabeza son muchos, nada se imputa.
Él mismo es justo por sí mismo y se justifica a sí mismo. Él mismo es Salvador y salvado; cargó en su cuerpo sobre el leño los pecados de los cuales limpia a su cuerpo por medio del agua. Ahora continúa salvando por el leño y por el agua, como Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, los cuales cargó sobre sí mismo, como sacerdote y sacrificio, y como Dios que, ofreciendo su propia persona a sí mismo, por sí mismo se reconcilió a sí consigo mismo, y con el Padre y el Espíritu Santo.
RESPONSORIO Rm 12, 5; Col 2, 9-10; 1, 18
R. Siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, e individualmente somos miembros unos de otros. * En su cuerpo glorificado habita toda la plenitud de la divinidad; e, incorporados a él, alcanzáis también vosotros esa plenitud en él. Aleluya.
V. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
R. En su cuerpo glorificado habita toda la plenitud de la divinidad; e, incorporados a él, alcanzáis también vosotros esa plenitud en él. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, concédenos realizar plenamente en nosotros mismos el misterio pascual, para que la alegría que experimentamos en estas fiestas nos dé una fuerza constante que nos lleve a la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.