OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: CON GOZO EL CORAZÓN CANTE LA VIDA
Con gozo el corazón cante la vida,
presencia y maravilla del Señor,
de luz y de color bella armonía,
sinfónica cadencia de su amor.
Palabra esplendorosa de su Verbo,
cascada luminosa de verdad,
que fluye en todo ser que en él fue hecho
imagen de su ser y de su amor.
La fe cante al Señor, y su alabanza,
palabra mensajera del amor,
responda con ternura a su llamada
en himno agradecido a su gran don.
Dejemos que su amor nos llene el alma
en íntimo diálogo con Dios,
en puras claridades cara a cara,
bañadas por los rayos de su sol.
Al Padre subirá nuestra alabanza
por Cristo, nuestro vivo intercesor,
en alas de su Espíritu que inflama
en todo corazón su gran amor. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Salmo 88, 39-53 - IV: LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID
Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;
has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;
has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;
has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Ant 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
Salmo 88, 39-53 - V
¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.
¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?
Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.
Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
Ant 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
Salmo 89 - BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vigilia nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
V. En ti, Señor, está la fuente viva.
R. Y tu luz nos hace ver la luz.
PRIMERA LECTURA
De la segunda carta a los Corintios 4, 5-18
FRAGILIDAD Y CONFIANZA DEL APÓSTOL
Hermanos: No nos predicamos a nosotros mismos, sino que predicamos a Cristo Jesús como Señor; nosotros nos presentamos como siervos vuestros por Jesús. El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
Pero llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca evidente que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios, y que no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; nos ponen en aprietos, mas no desesperamos de encontrar salida; somos acosados, mas no aniquilados; derribados, pero no perdidos; llevamos siempre en nosotros por todas partes los sufrimientos mortales de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros. Aun viviendo, estamos continuamente entregados a la muerte por Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en esta nuestra vida mortal. Así pues, en nosotros va trabajando la muerte, y en vosotros va actuando la vida.
Pero como somos impulsados por el mismo poder de la fe -del que dice la Escritura: «Creí, por eso hablé»-, también nosotros creemos, y por eso hablamos. Y sabemos que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús, y nos hará aparecer en su presencia juntamente con vosotros. Porque todo esto es por vosotros, para que la gracia de Dios, difundida en el mayor número de fieles, multiplique las acciones de gracias para gloria de Dios.
Por eso no perdemos el ánimo. Aunque nuestra condición física se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria. No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
RESPONSORIO 2Co 4, 6; Dt 5, 24
R. El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», * ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
V. El Señor nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza, y hemos oído su voz.
R. Ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
SEGUNDA LECTURA
De las Instrucciones de san Columbano, abad
(Instrucción 1, Sobre la fe, 3-5: Opera, Dublín 1957, pp. 62-66)
LA INSONDABLE PROFUNDIDAD DE DIOS
Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua de sí mismo: Yo soy -dice- un Dios cercano, no lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo, a condición de que seamos miembros sanos de él, de que estemos muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros, entonces somos realmente vivificados por él, como miembros vivos suyos: Pues en él -como dice el Apóstol- vivimos, nos movemos y existimos.
¿Quién, me pregunto, será capaz de penetrar en el conocimiento del Altísimo, si tenemos en cuenta lo inefable e incomprensible de su ser? ¿Quién podrá investigar las profundidades de Dios? ¿Quién podrá gloriarse de conocer al Dios infinito que todo lo llena y todo lo rodea, que todo lo penetra y todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A Dios ningún hombre vio ni puede ver. Nadie, pues, tenga la presunción de preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Éstas son cosas inefables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque es inmutable.
¿Quién es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No indagues más acerca de Dios; porque los que quieren saber las profundidades insondables deben antes considerar las cosas de la naturaleza. En efecto, el conocimiento de la Trinidad divina se compara con razón a la profundidad del mar, según aquella expresión del Eclesiastés: Profundo quedó lo que estaba profundo: ¿quién lo alcanzará? Porque, del mismo modo que la profundidad del mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la divinidad de la Trinidad escapa a nuestra comprensión. Y por esto, insisto, si alguno se empeña en saber lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor disertando que creyendo; al contrario, al ser buscado, el conocimiento de la divinidad se alejará más aún que antes de aquel que pretenda conseguirlo.
Busca, pues, el conocimiento supremo, no con disquisiciones verbales, sino con la perfección de una buena conducta; no con palabras, sino con la fe que procede de un corazón sencillo y que no es fruto de una argumentación basada en una sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas mediante el discurso racional al que es inefable, estará lejos de ti, más de lo que estaba; pero, si lo buscas mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta, que es donde tiene su morada, y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y también podemos realmente alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es invisible, sin comprenderlo; porque Dios ha de ser creído tal cual es, invisible, aunque el corazón puro pueda, en parte, contemplarlo.
RESPONSORIO Sal 35, 6-7; Rm 11, 33
R. Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes; * tu justicia es como las altas cordilleras, tus sentencias como el océano inmenso.
V. ¡Qué abismo de riqueza es la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios!
R. Tu justicia es como las altas cordilleras, tus sentencias como el océano inmenso.
ORACIÓN.
OREMOS,
Concédenos, Dios todopoderoso, que la constante meditación de tu doctrina nos impulse a hablar y a actuar siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.