tamaño: A A A
OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: PUES BUSCO, DEBO ENCONTRAR

Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débenme amar
aquel que me hizo vivir.

¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.

Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.

Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo tienes! Amén

SALMODIA

Ant 1. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Salmo 102 I - HIMNO A LA MISERICORDIA DE DIOS

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Ant 2. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Salmo 102 II

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él sabe de qué estamos hechos,
se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Ant 3. Bendecid al Señor, todas sus obras.

Salmo 102 III

Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.

Bendice, alma mía, al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendecid al Señor, todas sus obras.

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 10, 1-11, 6

APOLOGÍA DEL APÓSTOL

Hermanos: Yo mismo, Pablo, en persona, os suplico por la mansedumbre y bondad de Cristo; yo, que «cara a cara soy humilde con vosotros, pero estando ausente soy tan osado»; yo os lo suplico: no me obliguéis a que, cuando esté entre vosotros, actúe con la osadía con que pienso intervenir resueltamente contra algunos, los cuales se figuran que procedemos con miras humanas e interesadas. Aunque vivimos en la carne, no combatimos según la vida de la carne. Las armas de nuestro combate no son armas de fragilidad humana, sino de potencia divina, capaces de arrasar fortalezas. Vamos desbaratando ardides y demoliendo toda altanería que se yergue contra la ciencia de Dios; vamos sometiendo todo entendimiento a la obediencia de Cristo, y estamos dispuestos a castigar toda desobediencia, una vez que hayamos completado vuestra sumisión.

Rendíos a la evidencia. Si alguno está convencido que es de Cristo, piense también en esto: que lo mismo que él es de Cristo, lo somos también nosotros. Y, aunque yo me haya excedido algo en gloriarme del pleno poder que el Señor nos dio para edificación vuestra, no para destrucción, no me voy a arrepentir de ello; así no parecerá que lo que busco es amedrentaros con mis cartas. Porque algunos dicen: «Las cartas son duras y fuertes, pero él es de poca presencia y un pobre orador.» Piensen esos individuos que tal como somos de palabra en nuestras cartas lo seremos también de obra cuando nos presentemos ahí.

Ciertamente que nosotros no tenemos el atrevimiento de igualarnos ni de compararnos con ésos que proclaman tan alto sus propios méritos, pues en verdad que, al medirse a sí mismos y compararse consigo mismos, obran como unos necios. Nosotros, en cambio, no vamos a gloriarnos desmedidamente, sino según la medida que Dios mismo nos asignó, la cual se extiende incluso hasta vosotros. Y así, no estamos extendiéndonos más allá de nuestros límites, como sería el caso si no hubiéramos llegado hasta vosotros. En realidad, fuimos los primeros en llegar a Corinto en la predicación del Evangelio de Jesucristo. Así pues, al decir esto, no estamos gloriándonos indebidamente, a costa de frutos producidos por trabajos ajenos; y no sólo eso, sino que aun tenemos la esperanza de que, según vaya creciendo vuestra fe, acrecentaremos más nuestra medida entre vosotros, hasta extender el Evangelio en regiones que están más allá de las vuestras, en lugar de venir a gloriarnos de los trabajos ya realizados en campo ajeno.

El que se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque no queda acreditado como bueno aquel que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba.

Ojalá que ahora tuvieseis un poco de paciencia para soportar mis desatinos. ¡Aguantadme, por favor! Sabed que estoy celoso de vosotros, pero con los mismos celos de Dios. Yo he hecho lo posible por desposaros con un solo Esposo, y por llevaros a Cristo con la pureza propia de una doncella inocente.

Pero temo que, así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, pervierta también vuestras mentes, apartándolas de la sinceridad con Cristo. Porque si viene alguno y os predica otro Cristo distinto del que os hemos predicado, o hace que recibáis un espíritu diverso del que habéis recibido, o un evangelio diferente del que habéis abrazado, lo aceptáis de buena gana. Con todo, creo que en nada soy inferior a esos «superapóstoles», pues si carezco de elocuencia, no carezco de la ciencia de Dios; que en todo y bajo todos los aspectos lo hemos demostrado ante vosotros.

RESPONSORIO    2Co 10, 3-4; Ef 6, 16. 17

R. Aunque vivimos en la carne, no combatimos según la vida de la carne, * pues las armas de nuestro combate no son las propias de esta vida carnal.
V. Embrazad el escudo de la fe y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios.
R. Pues las armas de nuestro combate no son las propias de esta vida carnal.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre los misterios.
(Núms. 19-21. 24. 26-28: SC 25 bis, 164-170)

EL AGUA NO PURIFICA SIN LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Antes se te ha advertido que no te limites a creer lo que ves, para que no seas tú también de éstos que dicen: «¿Éste es aquel gran misterio que ni el ojo vio, ni el oído oyó, -ni vino a la mente del hombre? Veo la misma agua de siempre, ¿ésta es la que me ha de purificar, si es la misma en la que tantas veces me he sumergido sin haber quedado nunca puro?» De ahí has de deducir que el agua no purifica sin la acción del Espíritu.

Por esto has leído que en el bautismo los tres testigos se reducen a uno solo: el agua, la sangre y el Espíritu, porque si prescindes de uno de ellos ya no hay sacramento del bautismo. ¿Qué es, en efecto, el agua sin la cruz de Cristo, sino un elemento común, sin ninguna eficacia sacramental? Pero tampoco hay misterio de regeneración sin el agua, porque el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. También el catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, con la que ha sido marcado, pero si no fuere bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir el perdón de los pecados ni el don de la gracia espiritual. Por eso el sirio Naamán, en la ley antigua, se bañó siete veces, pero tú has sido bautizado en el nombre de la Trinidad. Has profesado -no lo olvides- tu fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. Vive conforme a lo que has hecho. Por esta fe has muerto para el mundo y has resucitado para Dios y, al ser como sepultado en aquel elemento del mundo, has muerto al pecado y has sido resucitado a la vida eterna. Cree, por tanto, en la eficacia de estas aguas.

Finalmente, aquel paralítico (el de la piscina Probática) esperaba un hombre que lo ayudase. ¿A qué hombre, sino al Señor Jesús nacido de una virgen, a cuya venida ya no era la sombra la que había de salvar a uno por uno, sino la realidad la que había de salvar a todos? Él era, pues, al que esperaban que bajase, acerca del cual dijo el Padre a Juan Bautista: Sobre quien veas descender el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y Juan dio testimonio de él diciendo: Vi al Espíritu bajar del cielo como una paloma y posarse sobre él. Y si el Espíritu descendió como paloma fue para que tú vieses y entendieses en aquella paloma que el justo Noé soltó desde el arca una imagen de esta paloma y reconocieses en ello una figura del sacramento.

¿Te queda aún lugar a duda? Recuerda cómo en el Evangelio el Padre te proclama con toda claridad: Éste es mi Hijo, en quien tengo mis complacencias, cómo proclama lo mismo el Hijo, sobre el cual se mostró el Espíritu Santo como una paloma, cómo lo proclama el Espíritu Santo, que descendió como una paloma, cómo lo proclama el salmista: La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria hace oír su trueno, el Señor sobre las aguas torrenciales, cómo la Escritura te atestigua que, a ruegos de Yerubbaal, bajó fuego del cielo, y cómo también, por la oración de Elías, fue enviado un fuego que consagró el sacrificio. En los sacerdotes, no consideres sus méritos personales, sino su ministerio. Y si quieres atender a los méritos, considéralos como a Elías, considera también en ellos los méritos de Pedro y Pablo, que nos han confiado este misterio que ellos recibieron del Señor Jesús. Aquel fuego visible era enviado para que creyesen; en nosotros, que ya creemos, actúa un fuego invisible; para ellos, era una figura, para nosotros, una advertencia. Cree, pues, que está presente el Señor Jesús, cuando es invocado por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: Donde dos o tres están reunidos, allí estoy yo también. Cuánto más se dignará estar presente donde está la Iglesia, donde se realizan los sagrados misterios.

Descendiste, pues, a la piscina bautismal. Recuerda tu profesión de fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. No significa esto que creas en uno que es el más grande, en otro que es menor, en otro que es el último, sino que el mismo tenor de tu profesión de fe te induce a que creas en el Hijo igual que en el Padre, en el Espíritu igual que en el Hijo, con la sola excepción de que profesas que tu fe en la cruz se refiere únicamente a la persona del Señor Jesús.

RESPONSORIO    Mt 3, 11; Is 1, 16. 17. 18

R. El que viene después de mí es más poderoso que yo; yo no soy digno ni siquiera de llevarle las sandalias. * El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
V. «Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien», dice el Señor.
R. Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dirige, Señor, la marcha del mundo, según tu voluntad, por los caminos de la paz, y que tu Iglesia se regocije con la alegría de tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm