Aquí estoy, envíame
Los cristianos en esta Europa del siglo XXI, con el desarrollo y el paso de los años hemos ido viviendo un proceso de “acomodamiento” que no nos ha hecho demasiado bien. Y es que nos hemos acostumbrado simplemente a “estar”, sin mayor motivación o motivo de preocupación. Vivimos cómodos desde la fe, en una zona de confort que nos ha ido inactivando y en la que hemos olvidado algo fundamental (yo también me incluyo en este colectivo). Desde el día de nuestro bautismo fuimos “enviados”, destinados a la misión, este deseo de anunciar aquello que nos edifica y que nos hace experimentar y desear la vida plena.
Pero siempre hay excepciones, y pese a esta situación tan poco esperanzadora en la que está sumida nuestra sociedad, aún sigue habiendo personas que han entendido la importancia de no conformarse con “estar”, sino que han entendido que la vida es apasionante y tiene verdadero sentido si vivimos siempre “estando dispuestos”. Estas personas, de quienes deberíamos aprender, son los misioneros. Hombres y mujeres que, conscientes de la importancia del anuncio del evangelio, y tomando en serio el mandato misionero de Jesucristo, han dejado su hogar, su tierra y su Iglesia de origen para entregar la vida por aquellos que más necesitan de la caridad y el amor que en nombre de Cristo transmiten.
Los misioneros son enviados en nombre de la Iglesia para llevar a cabo el anuncio de la fe cristiana en los lugares más complejos, en la mayoría de ocasiones con escasos recursos y en situaciones sociales de extrema inestabilidad y pobreza. Con cada uno de ellos, llega hasta los lugares más insospechados la presencia de la Iglesia, y junto con esto, también siguiendo el mandato del amor de Cristo, se llevan a cabo tareas de promoción y desarrollo humano y social, asistencia sanitaria, educación y formación laboral… Tantos y tantos trabajos que son signos del amor gratuito, libre y desinteresado que Jesús nos animó a vivir como hermanos.
Por ellos, para mantener viva la llama misionera y que la Iglesia no pierda la frescura y la alegría de llevar a cabo el anuncio del Evangelio, cada mes de octubre en todo el mundo se celebra el DOMUND, un domingo en el que nuestra oración y nuestros recursos se aúnan entorno a la causa misionera. Los misioneros y misioneras son el testimonio de la fe cristiana más exigente y universal, dispuestos a ser discípulos de Cristo donde sea, allí donde la Iglesia les necesite. Y ante esto, lo mínimo que podemos ofrecerles es nuestra oración, y nuestra contribución económica, poniendo en común un poco de nuestros bienes para hacer realidad esta gran tarea de la Iglesia.
Es una buena jornada para aprender de ellos, al menos en nuestro entorno, en nuestra realidad, tomarnos en serio el sentido profundo de nuestra vocación cristiana, dar testimonio de nuestra fe. Ellos y nosotros compartimos por el bautismo una misión común, somos enviados. Ellos hasta el confín del mundo, nosotros, al menos a nuestro pueblo, Villar del Arzobispo. Es momento para pensar con sinceridad ¿Señor, a qué nos has enviado? En todos hay un envío concreto, pongamos todo de nuestra parte para vivir, en nuestras vidas sencillas y cotidianas, esta vocación misionera que, por el bautismo, anida en cada uno de nosotros.
Quique, vuestro Párroco.