Editorial

Desde mi aislamiento

Querida comunidad, estos días me encuentro aislado por recomendación de las autoridades sanitarias, porque he mantenido contacto con una persona positiva en Covid-19, como ya es bien sabido en todo el Villar, aunque mi prueba PCR ha salido negativa, por lo que no he resultado contagiado de este virus que está llevando de cabeza a nuestro mundo autosuficiente y desarrollado.

En estas horas que he intentado aprovechar, pero que están siendo un tiempo condenado a cierta inactividad y ociosidad, son muchas a las personas que he ido recordando de la comunidad parroquial, muchos nombres y rostros… Aunque es cierto que sois muchísim@s los que os habéis interesado por mí, y os habéis prestado a ayudar en cualquier necesidad, algo que me ha hecho sentir muy valorado, y por lo que estoy tremendamente agradecido y también un poco abrumado, pues no llevo aquí en Villar ni tres meses. Me siento muy querido y os doy las gracias de corazón.

Sin embargo, de entre todo lo que en estos días he vivido, ha habido un hecho que me ha resultado especialmente duro y complejo, una experiencia que tengo deseo de compartir para que juntos, como familia que constituimos por la fe, tengamos presente. Me ha servido para plantearme la importancia de algo que consideramos ya habitual, y que, entre las dificultades de esta situación, podemos a recuperar, valorar, y cuidar con especial minuciosidad.

De entre todo lo que he hecho a solas, una cosa me ha sido especialmente difícil y poco satisfactoria: celebrar solo la Eucaristía. He experimentado en estos días la importancia de la comunidad reunida, de una celebración que cobra pleno sentido en el seno de la comunidad, que se celebra para alimentar a la parroquia, para ir poco a poco edificando esa Iglesia que congrega y unifica la fuerza misteriosa del Espíritu, ese mismo Espíritu que cada día nos permite comulgar en un poco de pan y vino, del Cuerpo y la Sangre de Jesús.

Esta experiencia me ha ayudado a valorar, en los pocos meses que soy sacerdote, la importancia de la celebración de la Eucaristía en el seno de una comunidad reunida. Es la Eucaristía un encuentro diario con el Señor, un regalo que tenemos que valorar y dotar de relevancia. Es el momento en que la comunidad está llamada a reencontrarse con su Dios, que la convoca para escuchar su Palabra y dejarse transformar por el Pan de Vida, que vamos asimilando al alimentarnos de él. Un pequeño trozo de pan cuya gracia cala en nuestro interior como el agua penetra entre las rocas.

Quiero con estas palabras recordar la importancia de este hecho que sucede a diario en la parroquia y que tal vez vivimos con excesiva rutina o monotonía: celebrar y participar de la Eucaristía, alimentarnos de este don que Cristo nos dejó para sostener y fortalecer nuestra vida de fe. La Eucaristía de cada día no es una ceremonia para aburridos, ni la reunión de los que no tienen responsabilidades. Nada más alejado de esto… somos aquellos que hemos descubierto la perla preciosa del Evangelio, y esto se ha convertido en nuestra prioridad.

Os invito a que, mientras nos lo permita la salud (y las autoridades durante esta crisis sanitaria) nos acerquemos con confianza a esta mesa sencilla que Jesús prepara a diario para todos nosotros. Como comunidad hagamos individualmente un pequeño esfuerzo para disfrutar de este momento en que se nos ofrece la experiencia reconfortante de la presencia de Dios entre nosotros. No olvidemos que la Iglesia hace la Eucaristía, pero que es tan significativo como que la Eucaristía hace la Iglesia. Están estrechamente unidas, y no se entienden la una sin la otra, no lo olvidemos.

Quique, vuestro cura.

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