Jesús, nuestro rey
El final del año litúrgico va unido a la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, de forma que la culminación de cada uno de los ciclos litúrgicos nos recuerda el objetivo último y fundamental de nuestra fe, asociarnos a Cristo en su forma de vivir para reinar con Él. Esperamos y crecemos en su presencia, para unirnos a él y compartir juntos la vida eterna.
Con sensatez, y en este momento histórico concreto, podríamos plantearnos ¿tiene sentido proclamar en el siglo XXI el reinado de Cristo? Lo tiene desde el momento en que comprendemos bien cómo reina Cristo y qué es lo que la Iglesia propone al hablar de Jesucristo y proclamarlo Rey del Universo. Esto nos los explica de forma magistral el Evangelio que proclamaremos este domingo, pues las exigencias que el Señor propone nos marcan el camino a seguir.
El Señor viene a reinar entre su pueblo, pero no de cualquier forma, ni al estilo privilegiado en el que lo entenderíamos en el contexto común; sino como el mayor servidor. En la fe cristiana, de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, reinar es servir, y el Señor que reina es quien sirve a sus siervos. Jesús, en su reinado se desvive por los hombres y mujeres de todos los tiempos, hasta el punto de entregar por ellos la vida y ganar en este gesto único de amor la salvación para todos.
Desde este punto de partida, encontramos en la solemnidad de Cristo Rey una posibilidad que la liturgia ofrece para examinar nuestra vida cristiana, poniendo a prueba nuestra vocación de servicio y nuestra disponibilidad ante las necesidades de nuestros hermanos y de la Iglesia. Es el momento de reconocer el valor de la gratuidad, el amor fraterno, la bondad… Esto es lo que el Señor nos quiere hacer comprender cuando lo convertimos en nuestro referente: sirviendo reina Cristo, y su realeza se ejerce cuando sirve.
Además, es también una buena opción para plantear el tiempo de Adviento como una nueva oportunidad para poner en práctica el mandamiento de Cristo: “El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor”.
El Señor se hizo servidor de los suyos de una forma especial y concreta en la noche de Jueves Santo, cuando durante la cena pascual tomó el papel del esclavo y lavó los pies de sus discípulos, con la intención de que reconociesen en este gesto de servicio la seña de identidad de los cristianos. Este gesto en el contexto de la mesa de pascua, une de forma inseparable la Eucaristía y la caridad, el amor y el Sacramento, la presencia de Dios y el abrazo al hermano.
Que el Señor nos conceda participar de la Eucaristía, como fuente de amor y como motor para el servicio, porque sentándonos con Jesús a la mesa y siendo servidos por él, se nos regala el ejemplo a seguir, y la gracia para ir haciendo crecer con nuestra vida y con nuestras obras el Reino de Dios en el que Cristo nos rige como el primero de los que sirven.
Quique, vuestro Parroco.