CRISTO REY!
La celebración de esta fiesta nos parece que tiene dos aspectos que parecen muy diferentes, y que nos atañen hondamente.
El primero es el considerar como Jesús, con su entrega total nos mereció el Reino de los Cielos, su Reino; ahí se goza de una manera tal que todos los santos que han experimentado ya en esta tierra una brizna de ese gozo, han confesado que si hubiera durado más de un brevísimo tiempo, hubieran muerto de pura felicidad, no pudiendo soportar este estrecho cuerpo el inmenso gozo del cielo. Eso es lo que nos espera. Es bueno agradecerlo ya de todo corazón a nuestro Rey, que no regateó nada para conseguírnoslo.
El segundo aspecto es considerar que Jesús «obtuvo» el título real clavado en una Cruz: «Jesús nazareno, rey de los judíos». La Cruz fue su trono real. Por eso nos dice Teresa de Jesús: «¡Oh, Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejastes en el mundo, que podamos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas. ¡Ea, pues, hermanas!, esta ha de ser nuestra divisa, si hemos de heredar su Reino; no con descansos, no con regalos, no con honras, no con riquezas se ha de ganar lo que El compró con tanta sangre.»
Hermanas Carmelitas