Editorial

Madre de la Paz, María

Esta semana entramos en la recta final que nos acerca a las fiestas patronales de nuestra madre, la santísima Virgen de la Paz. Cada año, la celebración de estas fiestas eminentemente religiosas, nos ayuda a seguir escribiendo la historia de Villar, que no se entiende ni desarrolla sin que en su centro aparezca la Virgen de la Paz. Villar y la Virgen de la Paz no se entienden el uno sin el otro, no hay pueblo sin la Virgen, ni la Virgen tendría tal poder de atracción sin su pueblo, que con devoción la aclama y venera con devoción filial.

En esta situación tan compleja en la que se encuentra nuestra sociedad en estos días, celebrar esta fiesta nos ayuda a aumentar nuestra confianza y nuestro amor a nuestra patrona, y recordar el voto que Villar hace siglos hizo al aclamar el patronazgo sobre esta villa de Nuestra Señora de la Paz. María es, desde aquel momento, el punto de encuentro y referencia de la vida espiritual y comunitaria de este pueblo. Ella es el refugio en el que nuestras almas hallan su descanso y su reposo. En la Virgen ha tenido y sigue teniendo Villar un faro luminoso que le sirve de guía cuando la oscuridad del error y la desesperanza nos agobian y entristecen.

Además de patrona, María es en Villar una Madre, porque sus hijos tienen en ella puesta toda su confianza. ¡Qué villarense no se ha encomendado en algún momento de dificultad o angustia a Virgen de la Paz! Ella, con su instinto maternal, sabe quien son sus hijos, conoce sus necesidades, y les acompaña y auxilia en todas las circunstancias. En cuantas ocasiones nos reconforta y nos consuela la mirada dulce y tierna de la Virgen de la Paz, que parece transmitirnos siempre tranquilidad y armonía. Cuantas veces, y cuantas personas han encontrado en esta madre del cielo, lo que añoran y recuerdan de la madre que les dio la vida y les acompañó en su educación y crecimiento.

Pero María es, en este pueblo de la Serranía, madre de la Paz. Esta advocación nos enseña y nos configura como portadores y edificadores de la paz que el mundo, la sociedad, y el Villar tanto necesitan. La paz que se consigue desde la reconciliación, desde el perdón, desde la voluntad de tender puentes, de encarnar en nuestra vida social, familiar, y comunitaria el Evangelio de Jesucristo, que es un mensaje de fraternidad y de paz. Esta paz que Jesús vivió y experimentó en el hogar de Nazaret, bajo la mirada y el ejemplo de María, su madre.

Que nosotros, sus hijos, continuemos aprendiendo de la escuela de María, nuestra madre, para ser portadores de paz, anunciadores de una noticia de alegría y confianza en Dios y en el hombre, que a día de hoy tanto necesitamos. Que la Virgen, tantos siglos ya junto al Villar, continúe ayudándonos y escuchando nuestros ruegos, ofreciéndonos su calor y su amor, madre siempre amable, Virgen de la Paz.

Quique, vuestro cura.

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