¡Señor, que bien se está aquí!
Esta frase que Pedro pronuncia en el Tabor al contemplar la extraordinaria escena de la Transfiguración, es la misma que me brota del corazón al recordar durante estos días que hace ya 6 meses que llegué aquí a Villar del Arzobispo como párroco y pastor de esta parte de la Iglesia que vive su fe en este pueblo. Y, personalmente, mentiría si no aceptase que me siento feliz y agradecido con Dios por lo que durante este tiempo he podido con vosotros vivir y compartir, por vuestra disponibilidad, atención y respuesta a todas mis peticiones, sugerencias y propuestas tanto en la dimensión pastoral como en tantas otras que configuran la vida de la parroquia.
¡Qué bien se está aquí! Cerca de la Virgen de la Paz, con una comunidad despierta y dinámica, con tantas personas dispuestas a servir y a vivir según lo que el Señor nos va proponiendo cada jornada y cada tiempo litúrgico. La vida, el vigor y la facilidad con la que se trabaja en Villar son un motivo personal para la acción de gracias. Me siento especialmente bendecido por este tiempo compartido y vivido, ¡y por todo lo que aun está por llegar!
Con todo y con esto, es cierto que en nuestra vida no podemos instalarnos es estos momentos de Tabor que nos hacen experimentar como Dios nos quiere y nos cuida, sino que estos tiempos nos ayudan a afrontar las realidades que nos encontramos cada jornada en nuestro andar cotidiano. Por ello, bajemos del Tabor con las pilas cargadas y con las fuerzas necesarias para llegar con Jesús hasta Jerusalén.
Este es el camino comunitario de nuestra cuaresma: ir con Jesús hasta la ciudad de David, y vivir a su lado el misterio pascual de nuestra redención. Para ello, esta semana hemos iniciado las jornadas formativas sobre el tiempo de Cuaresma, Semana Santa y Pascua, que quieren servirnos como hoja de ruta, para que no nos perdamos en este camino en el que de vez en cuando nos desorientamos, y nos sentimos tentados a cambiar el rumbo.
Además, necesitamos fortalecer nuestra relación son el Señor, consolidarla en ese Tabor semanal que cada tarde de viernes la vida parroquial nos ofrece. Es el entrenamiento necesario para que no nos fallen las fuerzas, y podamos subir con Jesús hasta el Calvario, ayudándole a cargar la cruz. Porque la cruz es lo que posibilita la resurrección. Cada cristiano necesitamos morir con Cristo para resucitar a una vida nueva.
Esta experiencia de configurar nuestra vida creyente tomando como referencia la de Jesucristo es lo esencial para comprender que es Jesús quien nos vivifica y nos alienta. Y esto es lo que podremos comunicar y transmitir a nuestros hermanos en este compromiso evangelizador en el que necesitamos centrar nuestros esfuerzos y nuestras energías. Anunciar a Jesucristo, vivo y resucitado, ha de convertirse en nuestra prioridad, nuestro empeño y nuestra alegría. Pero para ello necesitamos minutos, horas, días… largas jornadas de intimidad, de oración, de vida edificada y moldeada junto al Señor en el Tabor. Muchos momentos en los que repetir: Señor, ¡qué bien se está aquí!
Gracias de corazón por todo este tiempo.
Quique, vuestro cura.