No es un adiós…
Ciertamente, a muchos de nosotros (incluso a mí mismo) nos ha resultado duro aceptar la noticia de un cambio de párroco en este momento concreto. Con el curso empezado, con tantas actividades y proyectos en mente, habiendo conseguido una compenetración parroquial tan bonita y en frutos tan evidentes como el ambiente de la celebración de la Eucaristía, y habiendo trazado entre el pastor y los feligreses una relación cercana, y en muchos casos también de amistad, parece que el soplo del Espíritu nos hace afrontar un cambio de tiempos y de trabajos.
El nuevo arzobispo nos propone un cambio de realidad tanto a mi como a vosotros que a todos nos afecta a nivel de la vida de fe. Don Enrique Benavent, nuestro pastor, me designa para un servicio muy concreto: ser su secretario. Ser secretario del arzobispo exige una dedicación total a la persona del pastor de la diócesis, como la persona de confianza que acompaña y sirve al obispo; le ayuda y en su presencia discreta facilita el ejercicio del ministerio episcopal. En muchos aspectos, esta tarea reduce el ministerio de vida sacerdotal como estamos acostumbrados a entenderla, para centrarlo en la persona del obispo.
Y como consecuencia, Villar del Arzobispo se queda por ahora sin un pastor que guíe y sirva a la comunidad parroquial en un momento complejo en muchos aspectos. La sociedad es cambiante, los principios y valores volátiles, a las nuevas generaciones parece que les asusta el compromiso y la constancia, y el pueblo de Villar vive un tiempo delicado. En lo eclesial afrontamos un tiempo de repliegue, donde la comunidad se reduce, quizás para vivir en mayor autenticidad aquello que creemos.
Ante estos retos, la persona del sacerdote conduce, acompaña, da estabilidad a la parroquia. Su imagen es tranquilizadora, y su ministerio hace que la Iglesia se sienta guiada por el ministro que hace las veces de buen pastor que camina con la Iglesia.
El cambio inmediato nos asusta y empequeñece. A mí, porque es mucha la responsabilidad que se me confía, el servicio a la Iglesia diocesana se concreta y se vuelve invisible, al menos en sus frutos más evidentes. A vosotros porque parece que tras haber vivido el tiempo de la pandemia y el amoldarse a un nuevo cura, la estructura vuelve a tambalearse y se abre a la providencia de Dios.
Pero la conciencia de la misión encomendada por Cristo, la comunión en la oración, y los vínculos de amistad y afecto que me unen a tantas personas queridas de Villar no me permiten decir adiós, sino hasta pronto. Porque nuestra vida no pierde el vínculo que nos une, la fe. Cristo Jesús nos permite sentirnos cercanos y compartir aún muchos proyectos e ilusiones, sentirnos cercanos y saber que contamos unos con otros. Reitero como siempre mi disponibilidad para lo que necesitéis.
El camino se separará pronto, pero el destino es el mismo, hacia Cristo caminamos como Iglesia. En Él está nuestra esperanza. A pesar de cada despedida, el Señor volverá a reunirnos en muchas ocasiones hasta llegar al final del viaje. Por eso, solo diré “hasta pronto Villar”.
Quique, vuestro cura.