LA BÚSQUEDA DE DIOS
Muchas veces en nuestra vida salimos valientes al encuentro de Dios que todos buscamos. Esperamos realizar las más heroicas acciones para que, por estos méritos, Dios salga a nuestro encuentro y se ponga delante de nuestros ojos y de este modo le podamos abrazar y le podamos tocar. Por eso nos llenamos de actividades y reuniones donde podemos sentir que estamos siendo importantes o que estamos consiguiendo muchas más metas que, que tendrán como premio podernos en contra con Dios.
Nos olvidamos entonces que Dios no está ni en las cosas que hacemos ni en las grandezas de nuestras acciones. Si lo buscamos así, en realidad, nos estamos buscando a nosotros mismos, a través del éxito y del reconocimiento de los demás. Para buscar a Dios tenemos que buscarle a Él. Y para búscale tenemos que darnos cuenta de que nos basta con buscar aquello que es sencillo, aquello que es pequeño, aquello que nos habla de paz y tranquilidad, aquello cotidiano que hacemos todos los días y que, hecho con cariño y sencillez, nos abre las puertas para encontrarnos cara a cara con el Señor.
Lo mismo nos pasa en la oración. Nos llenamos las manos de obras y el corazón de intenciones para que el encuentro con Dios sea de algún modo satisfactorio. Y no nos damos cuenta de que el único encuentro que favorecemos así es el encuentro con nuestro ego. A Dios se le ve fácil cuando las manos las llevamos vacías cuando el corazón está sediento de amor y paz y cuando con la mirada no buscamos otra cosa más que a la persona que, necesitada, vive a nuestro lado y nos pide calor, cariño, comprensión y dulzura.
Así tenemos que buscarle hoy a Dios, en nuestra vida, y en oración. Lejos de querer ser los primeros, lejos de querer decir siempre la última palabra o llevar siempre la razón, marcarnos tan sólo una exigencia: la exigencia del amo. Sembradores de paz, creadores de ambientes llenos de docilidad y misericordia, siempre dispuestos a obrar el bien.
HERMANAS CARMELITAS