LA CUARESMA, CAMINO HACIA LA LIBERTAD
El pasado miércoles, con el rito tan sobrio y, al mismo tiempo, tan expresivo de la imposición de la ceniza, iniciamos el tiempo de cuaresma, un tiempo de conversión que nos debe llevar a eliminar la “levadura de malicia y de maldad” que pueda haber en nuestros corazones, celebrar la Pascua con “los panes ázimos de la sinceridad y de la verdad” (Cf 1 Co 5, 8) y, de este modo, llegar a vivir en la libertad y el gozo de los hijos de Dios. No estamos ante un tiempo litúrgico en el que simplemente intensificamos nuestras prácticas religiosas externas, sino ante una oportunidad que se nos ofrece para que nos abramos a la gracia de Dios y nos convirtamos a Él. Para ello, lo primero que se nos pide es que abandonemos un estilo de vida caracterizado por la superficialidad y que entremos en nuestro interior. La cuaresma es el tiempo de la verdad de nuestra vida. Por ello, nos recuerda el papa Francisco, en su mensaje de este año, “el primer paso es querer ver la realidad”: la realidad personal de cada uno de nosotros y la de nuestro mundo, porque todos estamos llamados a vivir en el gozo de la salvación.
Cualquier mirada al mundo que nos rodea está siempre orientada por algunas inquietudes. El Papa, en su mensaje de este año, nos invita a mirar la realidad preguntándonos dónde está nuestro hermano. Detrás de esta pregunta se esconde el deseo de un mundo nuevo, de no dejarse vencer por la desesperanza de quienes piensan que no puede cambiar nada, ni por el conformismo de aquellos que, desde su comodidad no sienten la necesidad de avanzar por el camino de la verdad y de la justicia. La cuaresma nos debe liberar de nuestras desesperanzas y comodidades.
La Palabra de Dios que escucharemos durante este tiempo nos ayudará también a descubrir nuestros propios ídolos: “el sentirse omnipotentes, reconocidos por todos”; ceder a “la seducción de la mentira”; apegarnos “al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición…”. Si todo esto nos esclaviza, nuestra vida cristiana se paraliza y los seres humanos dejamos de ser hermanos. El camino de conversión consiste en liberarse de estos ídolos que “vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven” y entrar por la senda de la pobreza de espíritu para no sucumbir al encanto de la mentira. Los pobres de espíritu, afirma el Papa en su mensaje, “son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo”.
La cuaresma es un tiempo de detenerse en oración para acoger la Palabra de Dios y también, de detenerse ante el hermano herido, porque el amor a Dios y al prójimo es un único amor. La oración nos llevará ante la presencia de Dios; el ayuno nos ayudará en nuestra lucha para liberarnos de los ídolos; la limosna nos acercará al hermano que sufre. No estamos ante tres ejercicios independientes, sino ante un único movimiento de apertura a Dios y a los hermanos, y de vaciamiento de todo lo que nos aprisiona.
Con el deseo de que este camino espiritual nos lleve a la valentía de la conversión y al gozo de la esperanza que nos dan la fe y la caridad, recibid mi bendición.
Enrique Benavent Vidal, arzobispo de Valencia