BIENAVENTURANZAS: FRUTO DE LA PASCUA
Jesús, con la alegría saliéndole por todos los poros, proclama en el monte, junto al lago de Galilea, que lo fundamental para Dios es que seamos felices. Las bienaventuranzas están en el centro de su predicación. Sus promesas llevan dentro un lujo de alegría inesperada. Donde parecía que solo había llanto y persecución, hambre y sed de justicia, Jesús ha puesto el abrazo de Dios y todo ha quedado revestido de gracia y hermosura. Jesús se llena de alegría cuando nos ve con el gozo de Dios en los ojos.
Las bienaventuranzas dibujan el rosto de Jesús. Jesús resucitado es nuestra bienaventuranza. Sí ya sabemos que esta opción por la alegría no nos va a resultar fácil, nunca lo ha sido. Las dificultades, de todo tipo, están ahí, bien visibles, y meten mucho ruido. Lo peor que nos puede pasar, por ello, que la infelicidad es nuestro camino y pretender taparla con mil engaños, olvidado que la sed de felicidad nace de lo más profundo de nuestro ser: Jesús viene a colmar el profundo anhelo de felicidad y de plenitud que Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer de todos los tiempos. «Solo Dios sacia» , decía Santo Tomás; o «sólo Dios basta «en expresión de Santa Teresa.
Hermanas Carmelitas