Editorial

La Natividad de la Virgen María: Fuente de Esperanza y Salvación

Cada 8 de septiembre, la Iglesia celebra con gran alegría la Natividad de la Virgen María, un acontecimiento que marca el inicio de la redención de la humanidad. Según la tradición, María nació en Jerusalén, junto a la piscina de Betesda. Aunque el Nuevo Testamento no proporciona detalles específicos sobre su nacimiento, los evangelios apócrifos, como el Protoevangelio de Santiago, nos cuentan que sus padres fueron Joaquín y Ana. Esta pareja, después de muchos años de esterilidad, recibió la bendición de Dios con el nacimiento de María, quien sería la madre del Salvador.

La celebración de esta fiesta se remonta al siglo VI, cuando el Papa San Sergio I estableció que se celebraran en Roma cuatro fiestas en honor de Nuestra Señora: la Anunciación, la Asunción, la Natividad y la Purificación. La liturgia oriental celebra su nacimiento como el preludio de la alegría universal, anunciando la salvación que estaba por venir. María, concebida sin pecado original, fue elegida para ser la Madre de Dios, y su nacimiento es un signo de la fidelidad de Dios a sus promesas.

El nacimiento de María no es solo un acontecimiento histórico, sino también un profundo misterio espiritual. En la liturgia del día, se canta: «Nace María, salud de los creyentes, y su nacimiento es verdaderamente salvación de los que nacen». María es la “aurora de la salvación”, como la llama San Juan Damasceno, porque su nacimiento anuncia la proximidad de la luz que disipa las tinieblas del pecado.

El Papa Francisco nos recuerda que «María es la madre que cuidó a Jesús y también cuida con afecto y dolor materno este mundo herido». Su nacimiento es un signo de esperanza y renovación. En su humildad y pureza, María se convierte en el vehículo de la gracia divina. Su vida es un ejemplo de cómo Dios elige lo humilde y lo sencillo para realizar sus grandes obras. María, en su pequeñez, se convierte en el instrumento perfecto de la gracia divina, mostrando la grandeza de la humildad y la pureza.

El nacimiento de María tiene profundas repercusiones para la humanidad y para cada uno de nosotros. Como nos recuerda la Escritura: “Sabemos que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien” (Romanos 8,28). María, en su humildad y pureza, se convierte en el vehículo de la eterna fidelidad de Dios. Su nacimiento es superior a la creación misma, ya que es la condición para la Redención.

María, como madre de Jesús, es también nuestra madre espiritual. Su nacimiento nos invita a renovar nuestra devoción hacia ella y a seguir su ejemplo de humildad, pureza y fe. Invocar a María significa recordar que ella es refugio, consuelo, ayuda, apoyo y protección. Su vida es un modelo de confianza y entrega a Dios, y su nacimiento es un signo de la esperanza y la salvación que Dios ofrece a toda la humanidad.

En esta fiesta de la Natividad de la Virgen María, renovemos nuestra devoción a la Madre de Dios. Que la Virgen María, nacida para ser la Madre del Salvador, nos acompañe siempre en nuestro camino de fe y nos conduzca hacia la plenitud de la vida en Cristo.

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