Editorial

Todos los Santos y Fieles Difuntos:

Una Esperanza en Medio de la Prueba

Queridos hermanos en Cristo, en estos días, nuestra Iglesia nos invita a celebrar dos solemnidades profundamente arraigadas en nuestra fe: la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Estas celebraciones, que se suceden una tras otra, nos ofrecen una mirada esperanzadora ante la realidad de la muerte y nos recuerdan nuestra vocación a la santidad.

Cuando celebramos a Todos los Santos, no estamos venerando a figuras lejanas o inalcanzables. Estamos reconociendo en ellos a nuestros hermanos y hermanas que, habiendo vivido una vida cristiana auténtica, han alcanzado la plenitud de la gracia y gozan de la visión beatífica en la presencia de Dios. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, “todos los cristianos están llamados a la santidad” (n. 801). Los santos son para nosotros un modelo, un estímulo y una intercesión. Al contemplar sus vidas, nos sentimos invitados a imitar sus virtudes y a perseverar en nuestro camino hacia la santidad.

El día 2 de noviembre, la Iglesia nos invita a dirigir nuestra mirada hacia aquellos que han fallecido y que aún no han alcanzado la plenitud de la felicidad celestial. La oración por los difuntos es una práctica antigua y profundamente arraigada en la tradición cristiana. Al orar por nuestros seres queridos difuntos, manifestamos nuestra fe en la comunión de los santos y nuestra esperanza en la resurrección de los muertos. Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, “la muerte no es el final, sino una nueva etapa de la vida” (Spe Salvi, n. 40).

No podemos dejar de pensar y dirigir nuestro corazón y oración a lo que recientemente, la ciudad de Valencia y numerosos pueblos de nuestra provincia ha sufrido. Una terrible tragedia que ha conmovido a todo el país. Ante este dolor, nos preguntamos: ¿Dónde está Dios en medio del sufrimiento? La respuesta a esta pregunta la encontramos en la fe cristiana. Como afirma el arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, “la fe nos enseña que la muerte no tiene la última palabra”. La muerte puede arrebatarnos a nuestros seres queridos, pero no puede destruir el amor de Dios ni la esperanza en la vida eterna.

En estos momentos de dolor y confusión, nos encomendamos a la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella, que conoció el dolor de perder a su Hijo, nos acompaña en nuestro camino hacia la vida eterna. Pidamos a la Virgen María que interceda por las almas de nuestros hermanos difuntos y que nos conceda la gracia de la fe, la esperanza y la caridad.

Que la Virgen María, Reina de la Paz, nos ayude a encontrar consuelo en la oración y a vivir nuestra fe con mayor intensidad.

Amén.

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