María, Nuestra Inmaculada, Estrella de la Evangelización en España y
Villar del Arzobispo.
Queridos hermanos en Cristo, en este tiempo de Adviento, donde la Iglesia nos invita a renovar nuestra esperanza en la venida del Señor, nuestra mirada se dirige con especial devoción hacia la Virgen María, nuestra Madre. En España, la Inmaculada Concepción es venerada como patrona, un título que hunde sus raíces en una profunda historia de fe y amor.
La proclamación de la Inmaculada Concepción como patrona de España fue un hecho de gran relevancia histórica y espiritual. En el siglo XVI, ante las amenazas que acechaban a la cristiandad, el pueblo español, confiando en la protección maternal de María, elevó fervientes plegarias a ella. La respuesta divina se hizo patente en numerosas victorias militares y en la preservación de la fe católica.
Fue el Papa Pío IX quien, en 1854, mediante la bula Ineffabilis Deus, definió dogmáticamente el dogma de la Inmaculada Concepción, reconociendo así una verdad que la Iglesia había creído desde siempre. Esta solemne proclamación fue acogida con gran júbilo en España, que vio en ella un nuevo motivo para reafirmar su identidad cristiana y su devoción a la Virgen.
En este tiempo de Adviento, la figura de María se nos presenta como un faro de esperanza. Al igual que ella, estamos llamados a vivir en una constante actitud de espera, con el corazón abierto a la venida del Señor. San Agustín nos dice: «La esperanza es el ancla del alma, firme y segura». Y es que María, al concebir en su seno al Hijo de Dios, se convirtió en la primera discípula y la más perfecta de todas.
El profeta Isaías, anunciando la venida del Mesías, nos habla de una Virgen que concebirá y dará a luz un hijo (Is 7,14). Estas palabras proféticas encuentran su cumplimiento pleno en María, la llena de gracia, que acogió en su corazón la Palabra de Dios y la hizo carne. San Lucas, en su Evangelio, nos presenta a María como la mujer que, creyendo en el anuncio del ángel, respondió: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
María es la portadora de la promesa de Dios, la nueva Eva que deshace el nudo del pecado original. San Efrén el Sirio la llama «la aurora que precede al sol de justicia». En ella, la humanidad encuentra la esperanza de la redención y la vida nueva.
Al contemplar a María, nuestra alma se eleva hacia las realidades celestiales. Ella nos recuerda que nuestra verdadera patria está en el cielo y que nuestra vida terrena es solo un camino hacia la eternidad. Como dice el apóstol San Pablo: «Pues nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos también al Salvador, el Señor Jesucristo» (Fil 3,20).
Pongamos nuestras esperanzas en María
Hermanos y hermanas, en este Adviento, pongamos nuestras esperanzas en María, nuestra Madre. Pidámosle que interceda por nosotros ante su Hijo, para que podamos recibir con corazones purificados el don inestimable de la salvación. Que su ejemplo nos inspire a vivir en la esperanza y a prepararnos para la venida del Señor.
Que María, la Inmaculada Concepción, nos guíe por los caminos de la fe y nos conduzca a la vida eterna. Amén.