Editorial

Renovados en las Aguas del Jordán: Un Nuevo Comienzo

Este domingo 12 de enero, al celebrar la Solemnidad del Bautismo del Señor, no solo clausuramos el tiempo navideño, sino que también iniciamos un nuevo ciclo litúrgico. El bautismo de Jesús en el río Jordán, lejos de ser un mero acto ritual, representa un acontecimiento teológico de suma importancia. Es en ese momento en que se manifiesta plenamente la Santísima Trinidad: el Padre que proclama su amor filial hacia Jesús, el Hijo que se somete al Padre y al bautismo de Juan, y el Espíritu Santo que desciende en forma corporal como una paloma.

Este misterio pascual, que celebramos hoy, nos invita a una profunda reflexión sobre nuestro propio bautismo. Al igual que Jesús, fuimos sumergidos en las aguas bautismales, muriendo al pecado y resucitando a una nueva vida en Cristo. Somos, por tanto, nuevas criaturas, templos del Espíritu Santo.

El bautismo nos configura con Cristo, haciéndonos partícipes de su naturaleza divina. San Pablo nos recuerda: «Porque cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte. Con él fuimos sepultados por el bautismo para resucitar también con él, por la fe en la potencia de Dios, que lo resucitó de entre los muertos» (Romanos 6, 3-4).

En esta solemnidad, no podemos dejar de contemplar a la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella, que concibió a Cristo por obra del Espíritu Santo, es también la que nos engendra espiritualmente en el bautismo. Al pie de la cruz, María se convirtió en madre de todos los creyentes. Así como dio a luz a Jesús, el primogénito de entre muchos hermanos, también nos genera a una nueva vida en la fe.

María, a quien en Villar del Arzobispo veneramos como Nuestra Señora de la Paz y cuya fiesta está ya próxima, es la Madre de la Iglesia, la que intercede por nosotros ante su Hijo. Confiemos en su maternal protección y pidámosle que nos ayude a vivir cada día de nuestra vida bautismal con mayor fidelidad al Evangelio.

La solemnidad del bautismo del Señor nos invita a renovar nuestros compromisos bautismales y a vivir una vida coherente con nuestra fe. Que la gracia del Espíritu Santo nos acompañe siempre y nos impulse a anunciar con alegría las buenas nuevas de la salvación.

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