La Jornada Mundial del Enfermo
El pasado martes, 11 de febrero, la Iglesia universal celebró la Jornada Mundial del Enfermo, una ocasión especial para recordar a quienes cargan con el peso de la enfermedad y el sufrimiento. Esta fecha, que coincide con la festividad de la Virgen de Lourdes, nos invita a reflexionar sobre el sentido profundo del dolor humano y a descubrir en él una oportunidad privilegiada para el encuentro con la misericordia de Dios. La Virgen de Lourdes, cuya aparición en aquel pequeño pueblo francés ha sido fuente de innumerables curaciones físicas y espirituales, se erige como un faro de esperanza para todos los enfermos, recordándonos que en la debilidad humana se manifiesta la fuerza divina.
La enfermedad, aunque muchas veces sea vista como un momento de oscuridad y desesperanza, puede convertirse en un espacio sagrado donde el ser humano se abre a las preguntas más profundas de la existencia. ¿Por qué sufro? ¿Dónde está Dios en medio de mi dolor? Estas interrogantes, que brotan del corazón afligido, no encuentran respuestas en teorías filosóficas o soluciones humanas. Solo en el encuentro con Cristo, el Médico divino, el enfermo puede hallar la fortaleza para abrazar su cruz y descubrir que el sufrimiento no es un abandono, sino una invitación a una unión más íntima con Aquel que cargó sobre sí todos nuestros dolores.
El Papa, en su mensaje para esta jornada, nos ha recordado que la esperanza cristiana no defrauda. Esta esperanza no consiste en la eliminación mágica del dolor, sino en la certeza de que, incluso en medio de la tribulación, Dios está cerca. Cristo, durante su vida pública, se acercó a los enfermos, los tocó, los curó y, sobre todo, les mostró que su sufrimiento tenía un sentido en el plan de salvación. Al aceptar nuestros dolores y hacerlos suyos en la cruz, Jesús transformó el dolor en un camino de redención. Por eso, la enfermedad, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en una ocasión de gracia, un momento en el que el enfermo experimenta de manera tangible el consuelo y la cercanía de Dios.
La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra esperanza. Él ha vencido a la muerte y nos ha abierto las puertas de la vida eterna. Por eso, el sufrimiento y la enfermedad no tienen la última palabra. En la Pascua del Señor, descubrimos que el amor de Dios es más fuerte que cualquier dolor, que cualquier limitación. La cercanía de la Iglesia a los enfermos debe ser un reflejo de esta verdad: no solo debemos llevarles el mensaje de que Cristo ha compartido sus sufrimientos, sino también la buena noticia de que, porque Él vive, ellos también pueden encontrar en Él la fuerza para seguir adelante.
En este contexto, las obras de misericordia, especialmente la visita a los enfermos, adquieren un significado profundo. No se trata solo de un acto de caridad humana, sino de un gesto de esperanza que siembra en el corazón del enfermo la certeza de que no está solo, de que Dios lo ama y lo acompaña en su camino. Como nos recuerda el Arzobispo de Valencia, esta jornada no debe reducirse a un solo día al año, sino que debe ser una llamada a revisar cómo atendemos pastoralmente a los enfermos y a sus familias, llevándoles el mensaje de la esperanza cristiana que fortalece en medio de la tribulación.
Finalmente, pongamos a todos los enfermos de nuestra comunidad bajo el manto protector de la Virgen María, Reina de la Paz y Salud de los Enfermos. Que Ella, que en Lourdes se manifestó como consuelo para los afligidos, interceda por ellos y les conceda la gracia de experimentar la cercanía de su Hijo. Que María, la Madre de la Esperanza, nos enseñe a mirar el sufrimiento con ojos de fe, sabiendo que, en el designio amoroso de Dios, todo dolor puede ser transformado en un camino de salvación.