Editorial

El Domingo de Ramos: Alegría que Anuncia la Cruz

Con ramos en las manos y hosannas en los labios, la Iglesia entra en la Semana Santa acompañando al Señor en su camino hacia Jerusalén. Este día santo, en que se entrecruzan los gritos de júbilo y el anuncio de la Pasión, nos sumerge en el misterio de un Rey cuyo trono es la Cruz y cuya corona son las espinas. Las palmas que agitamos no son solo memoria de un hecho pasado, sino profecía de la victoria que se consumará en el sacrificio pascual.

Al bendecir los ramos, la Iglesia no realiza un simple rito, sino que santifica estos signos de la creación para que se conviertan en instrumentos de gracia. Las palmas, símbolo de victoria, y los olivos, emblema de paz, hablan del verdadero triunfo de Cristo: no el de un poder terreno, sino el de un amor que se entrega hasta el extremo. Al llevarlas en procesión, no solo recordamos a quienes alfombraron el camino del Mesías, sino que nos comprometemos a ser nosotros mismos ese camino por el que Cristo sigue entrando en el mundo.

La multitud que aclamó al Hijo de David no comprendió que su reinado no sería de dominación, sino de servicio. Por eso, la alegría de este día pronto da paso a la solemnidad de la Pasión, leída en la Eucaristía como antorcha que ilumina los días santos que se avecinan. En este relato, donde se revela el corazón misericordioso de Dios, descubrimos que la gloria de Cristo no está en ser ensalzado por los hombres, sino en descender hasta lo más bajo para redimirnos. La Cruz, que parece derrota, es en verdad el estandarte de la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.

Este domingo no es un preludio cualquiera, sino el pórtico sagrado por el que accedemos al Misterio central de nuestra fe. En él se condensa la paradoja de un Dios que es aclamado como Rey y, al mismo tiempo, rechazado por los suyos. Nos enseña que seguir a Cristo exige pasar con Él de los ramos al Calvario, de las hosannas al «Padre, perdónalos». Quienes hoy levantan sus palmas están llamados a mantenerlas en alto también en la hora de la prueba, pues solo quien acompaña al Señor en su Pasión podrá cantar con gozo verdadero en la Resurrección.

Que este Domingo de Ramos nos conceda la gracia de no quedarnos en una fe de entusiasmos pasajeros, sino de adentrarnos, con humildad y amor, en el sagrado Triduo donde se despliega el gran misterio de nuestra redención. Que las palmas que hoy llevamos no sean solo un recuerdo, sino un compromiso: el de seguir a Cristo no solo cuando es aclamado, sino también cuando carga con la Cruz. Así, unidos a su sacrificio, podremos participar de su gloria eterna.

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