LOS DESEOS DEL ESPÍRITU SANTO.
Hemos sido creados con un anhelo infinito que sólo puede ser colmado por Dios. Pero nuestro corazón aún no ha alcanzado la medida del don. Debe ser ensanchado y capacitado por el Amor y para el amor. Y en la escuela de la esperanza, la oración tiene un Maestro y un intercesor: el Espíritu Santo. En la oración el hombre ha de aprender qué es lo verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Si el Espíritu es el maestro de oración, y la esperanza, la escuela de la oración, la oración es el ejercicio del deseo, y el deseo…el Espíritu mismo que gime en nuestro corazón. Entremos por la fe en lo más íntimo del Espíritu del Señor, y que nuestro gemido interior sea uno con el suyo, dejando que obre en nosotros como quiera y cuando quiera transfigurando nuestra oración y nuestra vida entera. Respiremos su mismo aliento de vida, vivamos sólo con deseo de satisfacer su deseo ( Teresa de Jesús) oremos dejándonos llevar por su gemido entrañable hasta el corazón del Padre.
¡»Oh dios mío y mi sabiduría infinita, sin medida y sin tasa y sobre todos los entendimientos angélicos y humanos ! ¡ Oh amor, que me amas más de lo que yo me puedo amar, ni entiendo! ¿Para qué quiero, Señor, desear más de lo que Vos quisierais darme? ¿Para qué me quiero cansar en pediros cosa ordenada por mi deseo, pues todo lo que mi entendimiento puede concertar, y mi deseo desear, tenéis Vos ya entendido sus fines y yo no entiendo cómo me aprovechar?…Que no, mi Dios, no; no más confianza en cosa que yo quiera querer para mí. Quered Vos de mí lo que quisierais querer, que eso quiero, pues está todo mi bien en contentaros» (Exclamación de Santa Teresa)
La invocación del Espíritu es centrar en la Eucaristía. Al invocarlo cada día nos preparamos para que Él haga de nuestra vida una oblación digna del Padre y una ofrenda de comunión para todo nuestros hermanos. Que el Espíritu del amor nos libre del pecado de la indiferencia y convierta el pan de nuestros deseos en el nuevo maná de la nueva peregrinación.
Hermanas Carmelitas