Editorial

El Arte del Reposo Sagrado: Vacaciones en la Escuela del Evangelio

El verano, con sus vacaciones y sus días dilatados, nos regala el precioso don del descanso. Más allá de ser simple interrupción laboral, este tiempo se convierte en kairós divino, oportunidad sagrada para reencontrarnos con el ritmo esencial de la existencia.

El Evangelio de este domingo (Lc 10,38-42), con la emblemática escena de Marta y María, nos revela el secreto para transformar nuestras vacaciones en auténtico encuentro con Dios. Mientras Marta corre afanosa entre fogones y quehaceres, María ha descubierto el arte de la escucha, ese «ócio santo» que nutre el alma. Jesús no reprueba el servicio de Marta, pero señala a María como modelo de quien ha elegido «la parte mejor», esa unión con Dios que da sentido a todo lo demás.

En nuestra cultura del activismo, hasta las vacaciones pueden convertirse en fuente de estrés, cuando las llenamos de actividades compulsivas.

Cristo nos invita a redescubrir el valor del reposo contemplativo. Como señala Dei Verbum, «la Palabra de Dios es viva y eficaz» (DV 17), capaz de transformar nuestro tiempo libre en espacio sagrado.

Las vacaciones cristianas no son evasión del mundo, sino inmersión más profunda en el Misterio divino que se revela tanto en el silencio de la oración como en la contemplación de la creación.

El Camino de Santiago, numerosos santuarios marianos de España, como el de Covadonga o El Pilar, se convierten en estos meses en lugares privilegiados donde los peregrinos buscan no sólo el descanso físico sino el espiritual. Siguiendo la tradición de las peregrinaciones estivales, podemos hacer de nuestros viajes camino hacia el interior, hacia ese «centro del alma» donde Dios habita.

La práctica del rosario en familia, la participación más serena en la Eucaristía o la lectura meditada del Evangelio de cada día, pueden ser columnas que sostengan nuestro tiempo vacacional.

María, nuestra madre del cielo, aparece como modelo perfecto de disponibilidad y serenidad. En su Magnificat contemplamos a quien supo unir el servicio activo con la contemplación más profunda. Ella, que acompañó a Jesús en sus viajes y descansos, nos enseñe a hacer de estas vacaciones tiempo de gracia, donde el alma, liberada de prisas y ruidos, pueda escuchar la voz suave de Dios.

Que, como María de Betania, aprendamos a sentarnos a los pies del Maestro, para que al regresar a nuestras actividades llevemos en el corazón esa paz que el mundo no puede dar, pero que Cristo promete a quienes escogen «la parte mejor», la única necesaria.

 

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