Editorial

MUCHAS GRACIAS DADAS Y MUCHAS GRACIAS POR LLEGAR

Nuestra parroquia se prepara para vivir una de las semanas más significativas de su historia reciente. Al acercarnos a la gran celebración de la Eucaristía en acción de gracias por los 450 años de la fundación de esta comunidad, sentimos la necesidad de disponernos con el corazón abierto, de dejarnos conducir suavemente hacia el misterio de la gracia que nos ha sostenido durante siglos. El triduo que ahora comienza es, en realidad, una escuela del espíritu: tres días en los que iremos modelando el alma para que la fiesta del aniversario no sea sólo un recuerdo solemne, sino un acto profundamente vivo de fe, de comunión y de esperanza.

En la primera jornada contemplaremos la figura de San Vicente Ferrer. En él resplandece con fuerza la pasión por anunciar a Cristo y la profundidad de un alma siempre unida al Señor. No fue un hombre que se dejara arrastrar por el cansancio ni por la rutina, sino alguien que, encendido por la oración, supo llevar la luz del Evangelio a todos los rincones. Su predicación nacía del silencio interior, de esa fuente escondida en la que la voz de Dios se hace clara. Cuando pensamos en San Vicente, sentimos gratitud por el ejemplo de una vida entregada sin reservas y por la certeza de que, donde la fe se vive con autenticidad, nace también el deseo de compartirla con alegría.

El segundo día nos acercaremos a San Roque, patrono de nuestro pueblo. Su vida nos habla de la compasión que no conoce límites y de la humildad que se expresa en gestos pequeños y constantes. Allí donde había sufrimiento, él se hacía presente; donde los hombres huían del dolor, él permanecía para curar, consolar y acompañar. No buscó reconocimientos ni honores, porque comprendía que lo esencial se juega en el amor concreto hacia los más frágiles. Su ejemplo sigue siendo actual: nos recuerda que el servicio callado tiene un valor inmenso y que el corazón humano se ennoblece cuando aprende a ponerse al lado del hermano herido.

La culminación de nuestro triduo será la jornada dedicada a la Santísima Virgen María, nuestra patrona, la Virgen de la Paz. Ella es la cima de este camino de preparación y, al mismo tiempo, el umbral que nos introduce en la gran acción de gracias de nuestra parroquia. Porque en María no sólo reconocemos a la intercesora poderosa que lleva nuestras súplicas a su Hijo, sino a la madre cercana que nos abraza con un amor sin medida. Su vida estuvo entrelazada con la de Cristo hasta lo más íntimo: lo acompañó en la alegría de los primeros días, lo sostuvo en las horas oscuras, y permaneció firme al pie de la cruz cuando todo parecía perdido. María supo vivir lo que sólo una madre conoce en lo profundo: la ternura de acoger al hijo, el desvelo constante que vela por él incluso en la noche más oscura, y la fidelidad que jamás se quiebra, aunque la espada del dolor atraviese el alma.

Los villarencos sabemos bien que ese corazón de madre late también por nosotros. En nuestra Virgen de la Paz descubrimos el rostro más humano y sensible del amor de Dios. Cuando alguien se siente débil, Ella es fortaleza; cuando alguien llora, Ella es consuelo; cuando alguien busca refugio, Ella abre sus brazos y nunca los cierra. Su ternura nos envuelve como el manto que protege, como el regazo en el que siempre se encuentra descanso. Por eso, al pensar en estos 450 años de historia parroquial, se hace imposible separar el caminar de este pueblo de la presencia maternal de María: ha estado en nuestras fiestas, en nuestras lágrimas, en nuestros gozos, en las oraciones que nuestros antepasados elevaron con confianza.

La Virgen de la Paz es la madre que sigue cuidando, que sigue escuchando, que sigue acompañando con esa delicadeza silenciosa que nunca necesita palabras. Ella es el corazón ardiente de nuestro pueblo, la certeza de que no estamos solos, la prueba de que Dios ha querido que en nuestro camino siempre haya una madre. Por eso, al llegar a este tercer día del triduo, sentimos que todo nos conduce hacia ella, porque en su amor maternal encontramos el lazo perfecto que nos une como parroquia y nos dispone a celebrar con gratitud la gran Eucaristía de acción de gracias.

Cada jornada de este triduo será un don para la parroquia, pero la mirada de María es el broche que todo lo une. Su presencia abre nuestro corazón a Dios y nos prepara para que, el próximo sábado 30 de agosto, cuando nuestro Arzobispo presida la Santa Misa solemne, podamos cantar un verdadero Magníficat comunitario: una acción de gracias que nace de 450 años de fidelidad y que se proyecta con esperanza hacia el futuro.

Que nadie se quede al margen de esta cita. La historia de nuestra parroquia nos convoca a todos como hijos de un mismo hogar. San Vicente, San Roque y, sobre todo, la Virgen de la Paz, nos guiarán en este camino. Y al llegar juntos a la gran celebración, podremos ofrecer al Señor no sólo la memoria de lo que hemos sido, sino también la promesa de lo que queremos seguir siendo: un pueblo de fe, de servicio y de esperanza, bajo la mirada maternal de María.

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