Editorial

CREO, ¿EN LA VIDA ETERNA?

Esta es una cuestión que siempre me ronda por la cabeza. Sobre todo, me hace pensar en cómo nos situamos, de manera cristiana, frente a la cuestión de la muerte y la vida eterna.

En mi corta experiencia como sacerdote, he podido constatar que, ante el fallecimiento de una persona (un familiar, amigo, conocido, etc.) generalmente, se abre ante nosotros el horizonte de que la vida es breve, de que nos acabamos, de que estar aquí y ahora es justamente eso, aquí y ahora, pero no sabemos si habrá un después o un mañana.

Pero ¿cómo nos situamos ante esta cuestión en nuestra vida diaria? Con esta pregunta NO estoy invitando al lector a tener una actitud pesimista, triste, frente a la vida. Más bien al contrario. Los cristianos tenemos una promesa fundamental inscrita en nuestro corazón, en nuestra alma: “… estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43).

Este fin de semana la Iglesia nos propone pensar y rezar sobre dos cuestiones fundamentales: por nuestros familiares difuntos y reflexionar sobre nuestra vocación a la santidad, a estar con Dios en la eternidad.

Es un tema un poco largo como para abarcarlo en esta cara de folio, pero sería bueno que todos pudiésemos conocer cómo nos situamos frente a esta cuestión: me sitúo con miedo y poca esperanza; pienso que la vida solo es lo que veo y ya no hay nada más; tengo deseo e ilusión por disfrutar esta vida y la que el Señor me tiene reservada; simplemente, no me planteo nada por indiferencia o porque me resulta incómodo…

¿Cómo andamos de fe en la vida eterna? Esta pregunta no es absurda, ya que la respuesta nos da el indicador sobre cómo es verdaderamente nuestra fe, nuestra esperanza.

Pidamos al Señor la capacidad de mirar a lo alto, de experimentar el deseo y la alegría que viene de la certeza de que lo que está por venir es muchísimo mejor con diferencia, de que la muerte no es el final, sino de que es la puerta que nos hace encontrarnos con Aquel que nos ha amado desde toda la eternidad.

Entonces, frente a la muerte de alguien que amo ¿no debo llorar? Claro que sí, como todos hemos hecho. Pero serán lágrimas que no nos encerrarán en el dolor, sino en la esperanza de que no es un adiós, de que nos volveremos a ver. Estamos llamados a vivir para siempre con los nuestros y con Jesucristo.

Vuestro párroco, Julio

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