Editorial

Lo más sencillo y lo más difícil

Como personas que somos, todos necesitamos oír, ver, tocar, sentir… Yo puedo estar convencido del amor de mis familiares, de mi esposa o esposo, etc. Sin embargo, aunque sepamos que nos quieren, nos es necesario escucharlo, que nos lo digan.

De la misma manera ocurre con los sacramentos. Dios sabe de sobra que necesitamos de lo dicho, y por eso nos ha regalado en los sacramentos unos medios palpables, a través de los cuales se derrama sobre nosotros una gracia muchísimo mayor de lo que nuestros pobres ojos pueden ver, a saber: en el bautismo, el agua; en la Eucaristía, el pan y el vino; en la confirmación y en la unción de enfermos, el óleo sagrado; en el matrimonio, tenemos las palabras de la bendición sobre los novios y el “sí, quiero” de los novios, su consentimiento; en el orden sacerdotal, la imposición de las manos por parte del obispo y la oración consacratoria para pedir la efusión del Espíritu Santo.

Me he dejado un sacramento, el de la confesión. Repito, necesitamos ver, oír, tocar… y lo mismo ocurre con el perdón de Dios. Al respecto, suelen existir algunos obstáculos que nos dificultan acudir a este sacramento de vital importancia en la vida cristiana:

  1. Puedo hablar directamente con Dios”: Esta es una de las frases más comunes. Es cierto que Dios está en todas partes y que tiene capacidad para atender nuestra oración. Pero en la confesión hablamos de otra cosa, no hablamos de una oración que espero que Dios escuche, sino que hablo de un perdón sobre algo que me duele que necesito que sea escuchado sí o sí. Es decir, necesito estar seguro de que me han perdonado. Y para ello, solo hay una forma, acudir al sacerdote y experimentar la imposición de las manos y escuchar la absolución.
  2. El sacerdote puede ser más pecador que yo”: Este argumento me resulta gracioso, por el simple hecho de que, efectivamente, puede ser verdad. Pero no me puedo olvidar de que el sacerdote es también una persona que necesita el perdón. Evitemos la tentación de ocultar la gracia del perdón que él puede dar gracias a su consagración por sacar a relucir una posible debilidad. Es como si yo no me fiara de que un fumador me dijera que fumar es malo. Es más, quizás lo pueda decir con más razón por conocerlo de primera mano.
  3. Siempre me confieso de lo mismo”: Esta frase tiene muchísima razón. ¿Por qué? Si te confiesas de lo mismo es porque eres la misma persona, y cada persona, en medio de su batalla contra el pecado, experimenta muchas veces que su piedra de tropiezo suele ser la misma. Precisamente, acudir a la confesión, en situaciones de este tipo puede ser una fuente de aprendizaje para conocer cómo somos tentados y cómo luchar de una forma más eficaz.
  4. Ni mato ni robo”: Que yo entre en una habitación y no vea ni una mota de polvo a primera vista no significa que esté limpia. ¿Qué ocurre cuando nos acercamos a la estantería donde tienes libros que hace tiempo que no tocas? Que el polvo dibuja la posición de los libros sobre el estante. Eso es el pecado, y el acercarse a ver la estantería, es la acción del cristiano que para y examina su vida, no para encontrar grandes maldades, sino, precisamente, para hallar aquellas pequeñas cosas de la vida diaria que me alejan de Dios y del hermano. Los santos más grandes siempre se reconocían pecadores.
  5. No sé qué decir”: Esta es la más fácil de solucionar. Dígale al sacerdote que le ayude. Pero hay una segunda solución que nos puede ayudar a adquirir un buen hábito: hacer un momento de oración y realizar un examen de conciencia.

Mucho ánimo familia. Tenemos el mismo perdón de Dios muy fácilmente alcanzable. ¡Qué afortunados somos los cristianos, de verdad! No nos perdamos este inmenso regalo de sanación.

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