Editorial

Tiempo de descanso

Estamos ya en pleno verano. Durante estos meses nuestros hábitos de vida y nuestro ritmo de trabajo cambian profundamente: la vida de las familias y de las parroquias se ve condicionada por las vacaciones escolares de los niños y jóvenes; la catequesis y de las reuniones que durante el curso determinan la actividad en las parroquias se interrumpen; se organizan actividades pastorales más adecuadas al tiempo del verano como los campamento y convivencias que posibilitan un mayor contacto con la naturaleza. Muchos de vosotros podréis disfrutar de unos días de vacaciones y, aquellos que, por las circunstancias que sean, no las tengáis, también realizaréis algún tipo de actividades que rompen el ritmo de vida ordinario del resto del año: encuentros con familiares y amigos; participación en fiestas tradicionales en nuestros pueblos, etc.

Tanto el trabajo como el descanso deben estar presentes en la vida de las personas: el trabajo da sentido al descanso y este ayuda a vivir dignamente el trabajo, liberándolo de la esclavitud. Es importante que los cristianos lo vivamos de tal modo que nos ayude a

humanizar nuestra vida y a progresar en nuestra amistad con Dios. Para ello me atrevo a compartir con vosotros tres reflexiones que nos pueden ayudar a vivir este tiempo como una ocasión para el crecimiento personal.

El relato de la creación nos presenta a Dios como el primero que descansó después de culminar la obra de la creación. A lo largo de la narración se repite la idea de que, al finalizar cada uno de los días de la creación y contemplar lo que había hecho, Dios vio que era bueno. Al concluir el día sexto, se nos dice que “vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1, 31). Terminada su obra, Dios dedicó el día séptimo al descanso. Una primera actitud para vivir provechosamente este tiempo es contemplar las cosas buenas que Dios nos ha regalado a lo largo de nuestra vida: la naturaleza con la belleza que encierra, las personas que nos rodean y que nos aman, o las obras con las que el ser humano expresa su dignidad, como el arte y todo el patrimonio cultural que está al alcance

de todos y del que todos podemos gozar.

El tiempo de descanso puede ser un tiempo reconciliador. El ritmo de vida al que

estamos sometidos a menudo tiene consecuencias negativas en nuestras relaciones: se producen distanciamientos, incomprensiones o rupturas entre familiares, amigos y

compañeros de trabajo. Los cristianos tenemos la convicción de que todos los seres humanos formamos una familia, por lo que estamos llamados a vivir como hermanos. Que este tiempo sea una ocasión para rehacer lazos que se han roto o estrechar aquellos que

se han debilitado.

Finalmente, debería ser también un tiempo de crecimiento en la amistad con Dios. A menudo vivimos en la superficialidad y perdemos la capacidad de ver la profundidad de las cosas. Es la luz de la fe y la vida de la gracia lo que nos permite no perder la paz que tienen los amigos de Dios. Si dedicamos tiempo a la oración superaremos esta tentación y recuperaremos fuerzas para afrontar con alegría el próximo curso.

Enrique Benavent Vidal, arzobispo de Valencia

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