Editorial

La Solemnidad del Corpus Christi

En el corazón de la fe cristiana late un misterio sublime: la Eucaristía, presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino. La solemnidad del Corpus Christi es una fiesta que nos invita a detenernos ante el Santísimo Sacramento, a adorar y a maravillarnos ante el don más grande que Jesucristo nos dejó: Él mismo, en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Esta celebración no es solo un recuerdo, sino una actualización del sacrificio redentor, un momento en el que, como si el tiempo se detuviera, podemos contemplar el rostro de Cristo escondido tras la blancura de la hostia consagrada.

La devoción al Santísimo Sacramento ha sido alimentada a lo largo de los siglos por santos y doctores de la Iglesia, pero en España, y especialmente en Valencia, destaca la figura de San Juan de Ribera, arzobispo y virrey, quien con celo apostólico promovió el culto eucarístico. Fundador del Real Colegio Seminario del Corpus Christi, conocido como el Patriarca, San Juan de Ribera fue un incansable defensor de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Su legado perdura no solo en las piedras de aquel seminario, sino en el alma de pueblos como Villar del Arzobispo, donde su memoria sigue viva, recordándonos que la Eucaristía debe ser el centro de nuestra vida espiritual.

La Eucaristía es el sacramento del amor, donde Cristo se entrega sin reservas. En cada Misa, el cielo se une a la tierra, y el sacrificio del Calvario se hace presente en el altar. No es un mero símbolo, sino una realidad divina que trasciende el tiempo. Como enseña el Concilio Vaticano II, la Eucaristía es «fuente y cumbre de la vida cristiana» (Lumen Gentium, 11). Al contemplar la hostia consagrada, estamos ante el mismo Jesús que caminó junto a los discípulos de Emaús, que multiplicó los panes y que, en la Última Cena, instituyó este sacramento diciendo: «Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros» (Lc 22,19).

María, la primera creyente y la primera adoradora, nos enseña a vivir la Eucaristía con humildad y amor. Podemos decir, de forma alegórica, que fue ella quien, llevando a Cristo en su seno, realizó la primera procesión eucarística al visitar a su prima Isabel. Así, cada procesión del Corpus Christi es un eco de aquel viaje de María, un acto de fe pública en el que llevamos a Jesús por las calles, bendiciendo al mundo con su presencia.

En estos tiempos en los que la fe se debilita, es urgente reavivar nuestra devoción al Santísimo Sacramento. Participar en la procesión del Corpus no es solo una tradición, sino un acto de amor y de testimonio. Que, como San Juan de Ribera, sepamos arrodillarnos ante el Pan vivo bajado del cielo, y que, al contemplarlo, nuestros corazones ardan con el mismo fuego que encendió el de los discípulos en el camino a Emaús.

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