La Coronación de la Virgen de la Paz y la Eucaristía: Memoria, Comunión y Alegría en Cristo
Este 5 de julio, la Iglesia celebra con gozo el undécimo aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Paz, un acto que trasciende lo ceremonial para revelar una profunda verdad teológica: María, elevada al cielo como Reina y Madre, es icono de la Iglesia gloriosa y prenda de nuestra esperanza escatológica. Como enseña el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium, «la Madre de Jesús, glorificada ya en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que ha de alcanzar su plenitud en la gloria futura» (LG 68). La coronación canónica, aprobada por la autoridad eclesiástica, no solo ratifica la devoción popular, sino que proclama la realeza materna de María, cuyo cetro es el amor y cuyo trono es la humildad. Ella, llena de gracia, nos señala el camino hacia su Hijo, Príncipe de la Paz, cuya realeza no es de este mundo.
En este mismo día, la comunidad parroquial se une en acción de gracias, a la comunidad eclesial de Chulilla, para celebrar la Eucaristía como acción de gracias dentro de los actos celebrativos de los 450 años de historia de nuestra parroquia de “El Villar”. 450 años de historia compartida con Chulilla, raíz de nuestra identidad eclesial. Este vínculo no es solo un recuerdo histórico, sino un llamado a vivir la comunión de los santos, ese misterio por el cual, como explica *Dei Verbum*, «la Iglesia peregrina y la Iglesia celestial se unen en una misma alabanza» (DV 8). La Eucaristía que celebramos actualiza este misterio: en ella, Cristo se entrega como pan partido para hacer de muchos un solo cuerpo, y María, primera discípula, nos enseña a decir «hágase» ante el don divino.
La doble conmemoración –coronación y origen común– nos invita a contemplar la Iglesia como familia que peregrina en el tiempo, custodiando la fe recibida. Como señalaba el Papa Francisco, «la alegría del Evangelio brota de la memoria agradecida». Hoy, esa memoria se hace liturgia: al coronar a María, la Iglesia reconoce en ella el fruto maduro de la redención; al recordar Chulilla, afirmamos que ninguna comunidad cristiana nace por casualidad, sino por designio de Aquel que «nos eligió antes de la creación del mundo» (Ef 1,4).
Que esta celebración renueve en nosotros el asombro ante la Eucaristía, donde Cristo sigue congregándonos, y ante María, que nos repite: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). En un mundo hambriento de paz, ser testigos de esta unidad es profecía. Porque, como cantamos en la liturgia, «vale la pena creer, vale la pena amar» cuando, como María, sabemos que toda corona terrena anuncia la corona eterna.