Editorial

Villar del Arzobispo: Celebrar la fe en María Asunta y en San Roque

Cada mes de agosto, Villar del Arzobispo se viste de alegría para celebrar sus fiestas patronales. Son días en los que las calles se llenan de música, de encuentros, de saludos que quizás llevaban meses esperando, y de ese ambiente familiar que nos hace sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos. Pero, en medio de todo lo que anima nuestras fiestas, hay dos celebraciones que son el corazón espiritual de estos días: la Solemnidad de la Asunción de María y la fiesta de San Roque.

En la Asunción, la mirada de todo el pueblo se dirige hacia el cielo, donde contemplamos a María, nuestra Madre, que ha llegado a la meta de la vida en plenitud. Ella es la mujer sencilla de Nazaret que confió sin reservas en Dios, incluso cuando no entendía del todo lo que Él le pedía. Esa confianza es una primera lección que podemos llevarnos a casa: aprender a decir “sí” al Señor en lo que nos toque vivir, con la certeza de que Él sabe por dónde nos lleva. Y junto a esa disponibilidad, María nos enseña la esperanza: su vida nos recuerda que no estamos hechos solo para esta tierra, que el amor y la fidelidad tienen recompensa y que nuestro destino último es la alegría de Dios.

Al día siguiente, el pueblo vuelve a reunirse en torno a San Roque. La devoción a este santo no se mide solo por números o la procesión, sino por lo que despierta en el corazón de la gente. San Roque es el peregrino que se puso en camino para servir a los demás, sobre todo a los enfermos y abandonados. Su vida nos invita a una caridad que no se queda en buenas intenciones, sino que se convierte en ayuda concreta, en tiempo ofrecido, en manos tendidas. Y también nos recuerda que la fe no se apaga cuando llegan las pruebas: enfermo y rechazado, supo vivir con fortaleza, paciencia y hasta alegría.

En estos días de fiesta, mientras compartimos comidas, música y conversaciones, es bueno recordar que nuestras celebraciones tienen raíces hondas. No solo conmemoran una tradición de siglos, sino que nos ofrecen un espejo en el que mirarnos: en María, la fe confiada y la esperanza cierta; en San Roque, la caridad que actúa y la fortaleza que sostiene.

Ojalá que, al terminar estas fiestas, podamos decir que han sido inolvidables no solo por lo que hemos vivido en la plaza o en las calles, sino también por lo que han dejado en nuestro corazón. Y que, gracias a la intercesión de la Virgen y de San Roque, hayamos llenado nuestra vida de experiencias santificantes que nos ayuden a caminar con más fe, más esperanza y más amor.

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