Editorial

Tu Rey, nuestro Rey.

La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo llega como un golpe suave pero decisivo al alma. La fe no empieza cuando “sabemos cosas sobre Dios”, sino cuando permitimos que Cristo intervenga en nuestra vida concreta. Y eso es precisamente lo que nos propone esta fiesta: dejar que Cristo, Rey verdadero, ponga orden en el caos interior.

Porque, si somos sinceros, en nuestro corazón reina casi todo menos Cristo: la prisa, el miedo, la autoexigencia, las heridas viejas, el deseo de control, la necesidad de tener razón, la búsqueda de aprobación… Y así la vida se vuelve un laberinto. La fiesta de Cristo Rey no es una declaración triunfalista; es una llamada a reconocer que sólo Él puede reinar sin destruir, sólo Él puede reinar liberando. Su soberanía no aplasta, sana. Su autoridad no encadena, despierta. Su poder no domina, recrea.

Cristo reina desde la cruz porque ahí desactiva la mentira más profunda: la idea de que el mal tiene la última palabra. Su reinado empieza donde uno reconoce su propia impotencia y deja de construir reinos personales que no se sostienen. El Reino viene cuando cedemos el paso, cuando aceptamos que solos no podemos, cuando permitimos que Cristo entre precisamente donde más le cerrábamos la puerta.

Por eso esta solemnidad es la antesala perfecta del Adviento. El Adviento no es un tiempo romántico sino un entrenamiento del deseo, un reajuste del corazón para aprender a esperar lo que de verdad necesitamos y dejar de perseguir lo que no llena. Y eso no puede empezar si antes no reconocemos al Señor como nuestro Rey, si no dejamos que Él establezca una verdad sobre nosotros que no depende de nuestros logros ni de nuestros fracasos: la verdad de que eres amado desde la eternidad.

Cristo Rey nos invita a una pregunta concreta: ¿Quién gobierna realmente mi vida? No es una cuestión teórica; es el punto que determina nuestras elecciones, nuestros hábitos, nuestras relaciones. Cuando Cristo reina, el corazón se deshace de idolatrías: la del control, la del perfeccionismo, la del miedo, la de la imagen. Y entonces nace algo nuevo: la libertad.

Entramos así en el Adviento no como un simple “preparar la Navidad”, sino como un proceso de apertura radical. El Rey que gobierna el universo quiere nacer en nuestro pequeño mundo interior. Quiere hacer posible lo que por nuestras fuerzas nunca hemos logrado. Quiere conducirnos, no con exigencias, sino con una ternura fuerte que reconstruye por dentro.

Que esta solemnidad nos permita hacer espacio. Que Cristo, Rey humilde y victorioso, restablezca el orden donde hay confusión, abra un futuro donde hay cansancio y encienda la esperanza que el Adviento quiere despertar. Dejemos que Él sea, verdaderamente, el Rey de nuestra vida.

Vuestro párroco, Julio.

Deja una respuesta