Editorial

ESPÍRITU CREADOR

Después de una semana o algo más escuchando a Jesús decirnos que no nos dejará huérfanos…que nos enviará al Paráclito, hablarnos de su relación con el Padre…Nos encontramos ya celebrando Pentecostés. La fiesta del Espíritu, la fiesta de la iglesia, la fiesta del que lleva el timón de todo…

Uno de los himnos más conocidos sobre el Espíritu Santo se titula “Ven Espíritu Creador”. Este himno alude directamente a los primeros versículos de la Biblia. Allí se dice que, por encima del caos y de la confusión, aleteaba el Espíritu de Dios. El mundo en que vivimos no existe por sí mismo; es obra del Espíritu creador, que pone orden y armonía en el mundo. Después, gracias también a su “soplo” vivificante, el barro que Dios había modelado se convierte en un ser viviente. Aparece el hombre, varón y mujer. Cuando se trata de la creación del mundo, el espíritu está sobre las aguas. Cuando se trata del ser humano, el espíritu entra dentro de él: “insufló en sus narices aliento de vida” (Gen 2,7). El humano recibe el espíritu más intensamente, más íntimamente. Porque es una criatura única, distinta. Es imagen de Dios, ¡¡somos imagen de Dios!!

Pentecostés no es sólo celebrar el origen de la Iglesia, es también celebrar el origen de la vida. El Espíritu nunca abandona su obra, sigue estando presente en la creación y gracias a su presencia permanente las cosas se mantienen en el ser. Un himno de la liturgia de la Iglesia se hace eco de esta presencia de Dios que acompaña y sustenta su obra, al calificarlo de “vigor de los sonoros ríos de la vida”, y al cantar que “no hay brisa, si no alientas, monte, si no estás dentro”. El Dios cristiano no es solamente el Otro que está frente a nosotros, el Otro distinto, sino también el que está dentro de nosotros, en nosotros y con nosotros. Dios, sin mezclarse con lo creado ni reducirse a lo creado, sostiene desde dentro lo creado y allí se hace presente. Es necesario pensar la relación de Dios con el ser humano, no como la de Alguien que está frente a mi, sino como mi constitutivo más profundo, que penetra todo mi ser y lo inunda todo.

La acción creadora del Espíritu se manifiesta especialmente en dos momentos importantes de la historia de la salvación. Para que pudiera entrar en este mundo el Hombre perfecto, la nueva humanidad, el Espíritu irrumpe sobre la carne de María. Casi podríamos decir que el anuncio que el ángel hace a María es el primer Pentecostés en sentido pleno: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti”.

Finalmente, el Espíritu lleva a cabo la definitiva creación, dando vida a nuestros cuerpos mortales (Rm 8,11). Gracias al espíritu, el ser humano puede no sólo vivir, sino vivir eternamente. Al ser la comunicación de la vida divina, el Espíritu hace posible que el hombre goce de lo más característico del Ser divino, que es la inmortalidad, la vida en plenitud.

El Espíritu siempre da vida. Por tanto, dónde hay vida está el Espíritu. Los que son movidos por el Espíritu realizan obras de vida. Podemos, pues, reconocer la presencia invisible del Espíritu gracias a la evidente presencia de la vida. Tenemos ahí una clave para conocer la presencia o la ausencia del Espíritu. ¡FELIZ PENTECOSTÉS, ALELUYA, ALELUYA!

Raúl García Adán

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