VENDIÉNDOLO TODO, NACIENDO DE NUEVO
Trabajando un día la breve parábola de este fin de semana con los niños de catequesis, descubrí lo mal que se entiende esta. Se ve el tesoro como algo material, se ve al buscador como alguien que vende todo lo que tiene asegurándose que tendrá un tesoro. Los niños no percibían el riesgo de apostar todo lo que se tiene en la vida en una carta, vende, pero porque ¡ha encontrado el tesoro! Como no va a merecer la pena venderlo todo, comprar el campo y ¡ser el dueño del tesoro! En ninguna de sus cabezas existía la duda de que el valor de ese tesoro pudiera ser menor que el de lo vendido…
Por eso me gustaría empezar con una pregunta, ¿en qué tesoros tienes puesta tu vida? ¿por qué o por quiénes venderías todos tus bienes? Tu dinero y bienes materiales, pero también nuestro tiempo, nuestro estatus, nuestro prestigio…
Cuesta reconocer cuando hemos encontrado esa realidad valiosa, que da sentido a la vida, que le da la vuelta a muchas cosas, que nos permite vender todos nuestros bienes y ponerlos a disposición de algo que es más importante que nuestros propios caprichos, el tesoro no nos enriquece materialmente… tenemos que ser esforzados buscadores y gratuitos encontradores.
Se trata de saber dónde hemos puesto nuestra vida, qué valor tiene lo que somos, lo que hacemos, los otros, Dios mismo, … y de entender que encontrar el tesoro tiene un precio: venderlo todo, apostar por otro tipo de vida que no es habitual, porque las opciones que se enraízan en el Dios de Jesús o en los otros no nos salen gratis en un mundo individualista, de gente con poder o empoderada (qué palabra más horrible, que en ocasiones se aplica a las personas empobrecidas, no hay que empoderarlas, hay que dignificarlas, humanizar nuestra mirada y nuestro hacer…)
Leyendo un texto de Dolores Aleixandre sobre Nicodemo, creo que puede iluminar este. Nicodemo encuentra en la oscuridad de una noche, a escondidas de sus iguales, en una extraña conversación con Jesús, que le habla de nacer de nuevo, un tesoro, que ni siquiera identifica en el momento. Así suelen ser los tesoros de verdad. La honestidad de Nicodemo, la fuerza de Jesús, la maldad de su gente, el trabajo incansable del Espíritu en él, que no permitió que apagará las preguntas que le surgen en contacto con Jesús, que obviara los relatos que sobre el maestro corrían por Jerusalén… hacen el trabajo en el corazón de quien ha escuchado la llamada a nacer de nuevo, a venderlo todo, a quemar la naves para no volver… a descubrir qué ha encontrado lo que buscaba, qué Jesús es el tesoro.
En lucha interna, Nicodemo pelea entre sus viejas ideas y su prestigio, y nacer de nuevo, venderlo o perderlo todo para ser otro. Cuando decide comprar cien libras de perfume y dirigirse al montecillo donde crucificaron a Jesús, una vida nueva surge de sus entrañas, ha optado, sus pasos dejan de pisar suelo conocido, se dirige hacia el tesoro escondido, se deja atraer por la fuerza de un crucificado, dejando atrás sus múltiples resistencias. No es oro lo que compone el tesoro, es Jesús, caminar hacia que se el centro de mi vida, con mi ego controlado, mis heridas en sus manos para ser sanadas, mi opciones pensando en otros, mi valentía, mi sonrisa, mi tranquilidad, mis raíces, mi destejer miedos que pongo en sus manos, mi empatía, mi capacidad de escucha y de comunicación de mis sentimiento, mi confianza, una vida puesta al servicio de otros, de los más pequeños e insignificantes, mi celo por la obra de Dios… y si es de verdad, no es indoloro, implica conflicto, cruz, renuncias…
Raul Garcia Adan