Celebramos la Asunción de Jesús al Cielo. LLama la atención que nos dice San Lucas en su Evangelio que después de la subida de Jesús, que significaba la despedida definitiva de su presencia física entre ellos, volvieron a Jerusalén «llenos de gran gozo». Las despedidas no suelen causar alegría, sino todo lo contrario, ¿por qué se quedaron llenos de gozo?.
Es que Jesús les dejaba con una serie de promesas maravillosas, y había demostrado hasta que punto cumplía lo que prometía. En primer lugar que les enviaría la fuerza y el consuelo del Espíritu Santo, que El se iba a prepararles un lugar y que cuando estuviera preparado vendría a buscarles para que donde estaba El estuvieran también ellos, que estaría siempre con ellos hasta el fin del mundo, que si le amaban vendría con el Padre a hacer morada en ellos. Vaya, que era para quedar consolados y animados. Nada ni nadie les apartaría del Amigo amado, aunque su manera de relacionarse con El fuera ya desde la fe, igual que nosotros.
Pero, lo más grandioso es que al penetrar en la Trinidad divina la Humanidad de Cristo, ¡con ella entramos todos los que formamos su Cuerpo!, nada menos que a participar de la misma vida de Dios; como dice San Juan de la Cruz «somos dioses por participación». Realmente es para gozarse, para exultar de alegría; de esa alegría serena del espíritu, que no tiene demasiado que ver con el placer de sentirse bien. Se puede uno «sentir mal» y al mismo tiempo saborear en lo profundo del alma el gozo del espíritu, discreto, pero muy real y pacificador.
Hermanas Carmelitas