Danos siempre de este pan
La celebración la semana próxima de la Solemnidad del Corpus Christi nos hace recordar como comunidad la centralidad de la Eucaristía en la vida del cristiano. La Eucaristía es el lugar de encuentro por excelencia con el Señor. Allí siempre tenemos la opción de reencontrarnos con Jesús desde la cercanía y la sencillez que en esencia constituyen este sacramento. En el pan partido y compartido, en el pan de la Eucaristía que se pone cada día sobre el altar, Cristo se manifiesta a su Iglesia, se hace verdaderamente presente en medio de la asamblea reunida, y nos ofrece la posibilidad de configurar nuestra vida según su presencia, apariencia y dinámica eucarística.
La presencia Eucarística del Señor es la manifestación del Cristo de la Pascua, de Jesús que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección salva a la humanidad. En cada Eucaristía se actualiza este hecho, la gracia y la salvación que Cristo nos da con su Pascua, y cuyos efectos la humanidad necesita para crecer en santidad y en entrega, a imitación del ejemplo que Cristo nos deja. Hablar de presencia es entender que el Señor quiere estar con nosotros, quiere “hacerse presente” entre sus hijos, sus amigos, sus compañeros de camino. Lo hace a través de este memorial en el que Cristo se queda, para estar presente sacramentalmente entre nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Y presentes nos hace la Eucaristía en el mundo; cuando como comunidad participamos de este sacramento, somos ante el mundo testigos de la fuerza del sacramento eucarístico.
Presencia que cuesta comprender y asimilar por su apariencia sencilla y humilde. El pan, el alimento de sustento y básico en la alimentación humana, amasado de la harina del trigo molido y el agua cristalina, presente en el día a día de tantas personas y tantas culturas, ahora se convierte en este misterio en la forma de manifestarse Dios mismo. Jesús Eucaristía, se ve pan, sabe a pan, no es otra cosa, ni cambia en su materialidad. Y ahí está Cristo, en algo aparentemente tan humilde e insignificante; ahí esta lo complejo de este sacramento, la grandeza de su presencia, y la pobreza de su aspecto y su composición. El Santísimo Sacramento no tiene apariencia gloriosa, resplandeciente ni siquiera llamativa, sino que su valor se halla en la sencillez y la cercanía del pan compartido entre hermanos. Como los cristianos que estamos llamados a ser fermento que desde la sencillez lleven a cabo la transformación evangélica de la sociedad y del mundo.
La dinámica de la Eucaristía es lo que nuestra vida va adquiriendo con el paso del tiempo y la maduración en la fe. La vida eucarística, o eucaristizada, es la vida entregada, es el testimonio del cristiano que en clave del sacramento ha construido no solo su vida de fe, sino también una forma de relacionarse, de acercarse a los hermanos, de vivir en comunidad parroquial o de amar a los pobres. La dinámica de la Eucaristía es la entrega constante, la donación continua, la prueba constante de que nuestra caridad, la ofrenda de nuestra vida, va aumentando, consolidándose y renovándose por la relación e intimidad con Jesús sacramentado. Es la dinámica de la vida cristiana, es la Eucaristía que alimenta, constituye y renueva de forma inesperada.
Que esta fiesta del Corpus nos ayude de nuevo a encontrar, ver e imitar al Señor en este misterio de amor en el que Cristo nos atrae, alimenta y constituye cada jornada de nuestro camino. Que nos haga desear la participación en la Eucaristía comunitaria hasta que repitamos con discípulos: “¡danos siempre de este pan!”
Quique, vuestro cura.