Editorial

La Pascua del Enfermo, nuestra Pascua

El próximo Domingo nuestra comunidad vivirá una de las celebraciones más especiales y sentidas de todo el año, celebraremos, tras dos años de pandemia que nos lo han impedido, la Pascua del enfermo. Un momento que nos hace recordar que en el itinerario de fe de todo creyente se unen realidades que tal vez nos parezcan paradójicas, pero que al mismo tiempo nos unen en comunión con Cristo y con los hermanos.

En la Pascua del enfermo se contemplan con claridad las dos experiencias fundantes de nuestra fe, la cruz y la resurrección. Pues en esta celebración de la Eucaristía reunimos a todos aquellos cuya vida está condicionada por la experiencia de la Cruz, aquellos que, por su estado físico, su enfermedad o su debilidad se identifican con el Señor crucificado, y ofrecen su vida cada día asociándose a la pasión redentora de Cristo.

Desde esta experiencia, la Pascua del enfermo no solo nos hace tomar conciencia de cuantos a nuestro alrededor viven compartiendo la cruz de Cristo, sino que adquiere así la enfermedad un carácter comunitario vinculando así a toda la comunidad parroquial que quiere acompañarles en su sufrimiento, orar con ellos y por ellos, y ayudarles, aunque solo sea por un momento, a compartir el peso de la cruz. Así, en la Pascua del enfermo tenemos la responsabilidad de hacer que estos enfermos experimenten como la parroquia está con ellos, sobre todo en la prueba y el sufrimiento.

Pero también la Pascua del enfermo es una oportunidad de gozo y de esperanza para los miembros de nuestra parroquia mayores y enfermos. Pues es cierto que en este Domingo del tiempo pascual seguimos renovando la experiencia del resucitado en nuestra vida, queremos renovar en nuestro corazón el gozo de conocer que Cristo está vivo entre nosotros.

Así, en esta celebración tan especial y cuidada, son muchos los gestos, palabras y signos que harán resonar esta gran noticia para el mundo. El cirio Pascual, que ardiendo vuelve a iluminarnos con la luz de la mañana de la Pascua; la unción con el oleo de los enfermos, en la que Cristo vivo consuela y da vigor al sufriente; la celebración de la Eucaristía, como presencia real del mismo resucitado que nos alimenta y da vigor a nuestra fe; y la comunidad reunida, cuerpo vivo de Cristo en medio del mundo, para dar el testimonio de su gozosa resurrección.

Una oportunidad para que toda la parroquia vibre y se sienta responsable de cuidar, acompañar y rezar por tantos que pasan por momentos de gran dureza y que necesitan mantener la fe, para recordar cada día que vamos de la cruz a la luz, de la muerte a la resurrección, de lo finito a la vida eterna. Que podamos hacernos todos presentes y ser testigos, aun en la dificultad y el dolor, de aquello que da sentido y esperanza a nuestra vida, que Cristo ha resucitado.

¡Cuento con todos vosotros, no falléis a esta cita!

Quique, vuestro párroco.

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