Cuaresma; tiempo favorable para aprender a vivir en la lógica de la gratuidad
“Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie”
No hace falta un análisis muy sesudo, para que, echando un vistazo a los tiempos que hoy vivimos, observemos una sociedad, que invita a vivir en un yo, mí, me conmigo continuo, que invita a encerrarse en su pequeño mundo, convirtiendo nuestras vidas en jaulas de oro.
Jesús no elabora muchas teorías, pero lee lo que pasa en la vida descubriendo ahí lo divino en lo humano. Sentado frente al cepillo del templo donde los fieles echan sus limosnas, ve cómo los grandes señores se acercan arrogantemente y echan cantidad de dinero de lo que les sobra para darse importancia ante la gente. Y ve también a una pobre viuda que se acerca tímidamente y echa los dos reales que tiene para vivir. La diferencia: para los pudientes dan una limosna para quedar bien ante lo demás, mientras la viuda entrega su propia vida compartiendo lo que también ella necesita.
Son dos lógicas incompatibles que pueden modelar nuestra conducta. O nos ponemos a nosotros mismos como centro absoluto e intocable; o tenemos como centro absoluto a Dios que con amor nos está continuamente sosteniendo y sostiene también a los otros. En el primer caso nos relacionamos con el otro para salvaguardar nuestra propia seguridad; incluso para quedar tranquilos, podemos dar limosna de lo que nos sobra como vamos al podólogo para que nos quite un juanete que nos molesta. En la segunda perspectiva, entendemos que la lógica del don y de la gratuidad responde a nuestra experiencia de Dios misericordioso revelado en Jesucristo, cuya prueba y expresión es la salida en amor gratuito hacia el otro.
La alternativa entre relacionarnos con el otro únicamente buscando nuestra propia seguridad, o entregando nuestra propia vida para que el otro tenga vida y empeñando nuestra libertad para que el otro sea libre, se plantea en todos los ámbitos de nuestra existencia humana. En la familia en la sociedad y en la misma comunidad cristiana. A modo de ejemplo, podemos mirar cómo está organizada nuestra sociedad. En la lógica del mercado, no entra para nada la compasión y la gratuidad. El que no renta es material desechable, y los mismos cristianos aceptamos el eslogan: “lo mío es mío y hago con ello lo que quiero”. Sin embargo, Jesús nos enseña, que es la lógica de la gratuidad, la que debe entretejer las relaciones humanas. En esta perspectiva no compartir con los pobres los propios bienes es ser cómplices de la cultura del descarte; no somos poseedores sino administradores.