Rincón Carmelitano

EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL (Jn. 6,56)

  «El primer testimonio de amor de Jesús es habernos dado a comer su cuerpo y a beber su sangre… El amor posee esta característica: siempre da y siempre recibe. Pues bien; el amor de Cristo es generoso. Da todo cuanto tiene y todo lo que es. En retorno, se posesiona de todo cuanto tenemos y de todo lo que somos. Nos exige más de lo que podemos ofrecerle. Su hambre es tan inmensa que quiere devorarnos totalmente. Penetra hasta la médula de nuestros huesos. Cuanto más amorosamente se lo permitimos, más plenamente disfrutamos de El…

 Conoce nuestra pobreza pero prescinde de ella y nos despoja de todo. El mismo hace en nosotros su pan consumiendo antes con su amor nuestros vicios, falta y pecados. Luego cuando ya nos ve purificados, se lanza voraz como un buitre dispuesto a devorarlo todo. Quiere consumir nuestra vida, llena de vicios, para transformarla en la suya, llena de gracia y de gloria y destinada a ser nuestra con tal que renunciemos a nosotros mismos.

 Si nuestros ojos estuvieran suficientemente purificados para ver esos anhelos devoradores de Cristo, hambriento de nuestra salvación, todos nuestros esfuerzos no podrían impedirnos volar hasta su boca abierta. Esto parce absurdo. Quien ama lo comprenderá. 

 Cuando recibimos a Cristo con actitud de íntima abnegación, su Sangre caliente y  gloriosa circula por nuestras venas, el fuego prende en el fondo de nuestro ser y se nos transmite la semejanza con sus virtudes, El vive en nosotros y nosotros vivimos en El, El nos da su alma con la plenitud de la gracia, y mediante ella, nuestra alma persevera en la caridad y en la alabanza del Padre…

 El amor atrae hacia sí a su propio objeto. Nosotros ataremos a Jesús hacia nosotros mismos. Jesús nos arrastra hacia El. Es entonces cuando arrebatados más allá de nuestro ser en la interioridad del amor, marchamos con la mirada puesta en Dios a su encuentro, al encuentro de su Espíritu que es su amor. Y este amor nos abrasa, nos consume, nos atrae hacia la unidad donde nos espera la bienaventuranza…Jesucristo pensaba en esto cuando decía: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros» (De los escritos de Isabel de la trinidad)

                                         HERMANAS CARMELITAS

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