Editorial

VOCACIÓN DE NÓMADA

… Y Dios creó al nómada. ¡Qué nadie te diga: “Quédate tranquilo, acomódate, instálate”! Sino más bien: “Vete…sal de tu tierra” (como a Abrahán). “Seguidme” (como a los discípulos). “Levántate” (como a Elías). En una palabra: siempre una orden de ponerse en marcha.

¡Y pensar que nos gustaría tanto vivir instalados! Tenemos la mentalidad de los “acomodados”; Nos gustaría dejar bien protegida la casa que hemos comprado, vigilar nuestras posesiones, gozar de la posición que hemos alcanzado. Nuestra aspiración es la de conservar, más aún, la de acumular.

Pero Dios se empeña en retirar de tus pies los apoyos habituales, pretende que dejemos lo que es seguro y exige el cambio, el desplazamiento, estar en camino es lo más fascinante.

El corazón no puede sentirse saciado contemplando los bienes que ha amontonado, contabilizando los éxitos conseguidos, sino que ha de comenzar a palpitar ante la llamada de un horizonte que se adivina en la lejanía, de un territorio todavía por explorar.

Como a Pedro, nos gustaría prepararle una tienda, prolongar para siempre su presencia gratificante. Pero Él obliga a bajar de nuevo al llano. Ni siquiera en la iglesia podemos secuestrarlo, ni mucho menos en nuestro grupo, en nuestra comunidad. Él está fuera, disfrazado de pobre, de caminante, sin morada fija, no nos hagamos ilusiones, Dios asegura su compañía exclusivamente a los que están decididos a recorrer todos los caminos del mundo.

Es más, y cuando crees que lo has alcanzado… Él se va mas allá, y cuando quieres creer que está contigo, se esconde, y te ves perdido… para obligarte a que te adentres en el misterio, en el descubrimiento de algo nuevo, en una religión de llamada, que construye al hombre por dentro, lo despierta, lo anima, le abre los ojos, le da confianza, le dice lo que es, lo que puede ser, lo que está llamado a ser, más que lo que tiene que hacer.

Evidentemente Abrahán, “nuestro padre en la fe”, es un espejo inigualable de una religión de llamada, su historia se convierte en el espejo donde tanto Israel como la Iglesia tienen que mirarse. A Abrahán le bastó una palabra, una palabra tiene que bastar, para resistir duramente en la noche interminable, en una espera que nunca parece tener fin. Una palabra como único equipaje, como único recurso, como único documento, como único punto de referencia.

También los apóstoles, cegados por aquel relámpago de luz anticipadora de la pascua, les bastó una palabra (“escuchadle”), para encontrar la fuerza de bajar del monte de la transfiguración y recorrer con el Maestro, el camino de la cruz.

No es la visión la que ilumina el camino (ni el de Abrahán, ni el de los apóstoles), sino la palabra.

Raúl García Adan

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