Dice el evangelista San Lucas que después de la Ascensión los apóstoles se volvieron a Jerusalén con gran gozo. Y uno puede pensar…¿y cómo tenían ese gran gozo si acababan de despedirse definitivamente de su querido Señor? las despedidas no suelen producir gozo. Pero es que ellos llevaban en su corazón tres promesas formidables que les había hecho Jesús, y sabían que El las cumpliría:
Una era que estaría siempre con ellos, hasta el fin del mundo.
Otra que iba a prepararles un lugar para que donde El estaba estuvieran también ellos.
La otra que les enviaría el Espíritu Santo, que sería su fortaleza y consuelo, su luz y su guía
Esas maravillosas promesas son también para cada uno de nosotros; están por encima de los acaeceres de este mundo, no hay coronavirus, ni situación política o económica que pueda debilitarlas o empañarlas: Jesús es nuestro compañero de camino, nos habita el Espíritu Santo, y nos aguarda la dicha infinita de vivir con Jesús en el seno mismo del Padre después de esta vida. Si las creemos, también nosotros como los apóstoles tendremos un gozo indefectible, a pesar del sufrimiento inherente a la vida humana, o de las noches oscuras, porque surge de lo más profundo de nuestro ser creyente. El se va ¡pero se queda!
Hermanas Carmelitas