Editorial

SER DISCÍPULO SUYO

Cuando el confinamiento empezó a extenderse a la mayor parte de los países, entre las muchas frases más o menos ingeniosas que circulaban por los medios de comunicación, hubo una que me llamó la atención: “Es la primera vez en la Historia que puedes contribuir a salvar el mundo simplemente quedándote sentado en un sillón, viendo la tele y con una cerveza en la mano”. Y es verdad: algo tan simple como quedarse en casa era uno de los principales medios para frenar los contagios y contribuir a mejorar la situación global. Pero a pesar de ello, hubo muchas personas que algo tan simple pero necesario para contribuir a salvar el mundo les suponía un “esfuerzo” tan grande que buscaron cualquier excusa para saltarse el confinamiento, poniendo en peligro a los demás.

En el Evangelio de este Domingo Jesús ha indicando una serie de requisitos para ser discípulos suyos. Los primeros ponen el listón muy alto: El que quiera a su padre o su madre, a su hijo o a su hija, más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí… Así de entrada, el seguimiento de Jesús, aunque es lo mejor para nosotros y también para nuestro mundo, nos puede suponer un esfuerzo inasumible para la mayoría.

Es verdad que luego continúa con otras indicaciones que nos parecen más asequibles: El que os recibe a vosotros me recibe a mí… pero nuestra atención continúa fijada en los requisitos anteriores. Y ya no nos fijamos en las últimas palabras de Jesús: El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.

Jesús, sin renunciar a lo que ha dicho, ni rebajarlo, nos ofrece la base desde la que debemos partir para ser discípulos suyos: algo tan simple como “dar a beber un vaso de agua a uno de sus discípulos”. Cuando hacemos algo “por Dios”, por simple que sea, ese acto no queda sin “paga”.

Muchas personas tienen la creencia de que ser cristianos es algo difícil y complicado, un cúmulo de normas, mandamientos, preceptos… que se viven como una carga, a menudo bastante pesada. Quizá porque los propios cristianos hemos transmitido esa imagen con un mal testimonio.

Pero en realidad, para seguir a Jesús hay que hacer algo muy “simple”, que no significa que sea fácil. Él mismo nos lo dijo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. (Jn 13, 34) Para no agobiarnos ante los requisitos del seguimiento y las dificultades que prevemos, que nos hacen considerarlo como algo inasumible, tenemos que situarnos en el mandamiento nuevo.

Y desde aquí, veremos cómo concretar ese “dar a beber aunque no sea más que un vaso de agua fresca”: qué acciones, gestos, etc., algunos muy simples, podemos hacer por los demás, “por amor a Dios”, como respuesta a Su mandamiento del amor. Y comenzar por lo “simple” nos irá haciendo crecer y madurar en la fe para poder pasar a un mayor nivel de exigencia, como es la acogida que prestamos al otro, la consideración y el respeto que le debemos… hasta llegar, con naturalidad, a esos otros requisitos que suponen un mayor compromiso y radicalidad y que, ahora, nos resultan fuera de nuestro alcance.

Durante el confinamiento, ¿he seguido las recomendaciones, he procurado no salir más que lo imprescindible? ¿Creo que ser cristiano es algo muy complicado y exigente?

¿Qué gestos “simples” llevo a cabo con otras personas para responder al mandamiento del amor? ¿Noto que voy creciendo y madurando en la fe, voy asumiendo un mayor compromiso como cristiano?

Aparte de lo que cada uno descubramos que podemos hacer en nuestro entorno más cercano, no debemos olvidar la dimensión social de nuestra fe. Durante el confinamiento, además de los que se lo saltaron con cualquier excusa, han sido muchas las personas que han realizado gestos muy “simples” que, sin embargo, han supuesto algo muy importante, no sólo para personas concretas sino para el conjunto de la sociedad, y que han contribuido a “salvar” esta difícil situación.

Aunque estemos volviendo a la normalidad, no debemos descuidarnos: con algo tan simple como usar correctamente la mascarilla, utilizar el gel hidroalcohólico, guardar la distancia social, respetar a los demás… estaremos dando testimonio de fe y, además, contribuyendo a “salvar” este mundo.

Raúl García Adán

Comentarios cerrados.