Editorial

FIESTAS PATRONALES II

Dentro de la amplia variedad de fiestas que pueblan el calendario español, las fiestas patronales constituyen un caso especial ya que, al mismo tiempo que comparten las características propias de cualquier otra fiesta, tienen una doble particularidad: tienen un origen religioso y están fuertemente marcadas por su delimitación geográfica a una comunidad concreta.

Una pregunta que surge al hablar de ellas es: ¿cuál es el origen de las fiestas patronales?, ¿cuál es el significado de sus rituales?, ¿perduran los mismos rituales en la composición de la fiesta desde su origen hasta la actualidad?

Lo primero que podríamos decir es que comer, beber, bailar y lucir prendas nuevas no son las actividades propias o identificativas de las fiestas patronales, aunque en el presente año con la situación de emergencia sanitaria que vivimos, de esto, nada de nada. No hay que olvidar que estamos hablando de unas fiestas con un fuerte componente religioso –el principal-, donde se mezclan y fusionan actos festivos y lúdicos con creencias y actos religiosos. Este año, nos limitaremos a la fiesta liturgia propiamente dicha.

La fiesta y la religión, dentro de nuestra tradición cultural tan estrechamente ligada a la religión católica, son difícilmente separables. Es por tanto el binomio sagrado-profano el que cobra más fuerza a la hora de hablad estas fiestas.

Las fiestas patronales entrarían dentro de lo que podríamos llamar prácticas de la religiosidad local y popular, en contrapartida de la religiosidad universal (la cual estaría compuesta principalmente por la doctrina oficial de la Iglesia). Es decir, junto al pensamiento y praxis propias de la religión católica, al igual que en cualquier otra religión, existe una graduación de la religiosidad «con contenidos y expresiones más libres y espontáneos, con objetos de culto y formas litúrgicas autónomas y casi personales» que suelen estar vinculadas con una comunidad concreta.

En nuestro caso la devoción ha ido dejando estas fiestas patronales en honor a San Roque, patrón de Villar del Arzobispo, pero también de gran importancia la fiesta de la Asunción de María, antigua patrona de Villar. De hecho la cofradía de la Virgen de la Paz lo es también de la Asunción, siendo su nombre completo: Cofradía de la Virgen de la Paz y de la Asunción.

La devoción de la Asunción de la Virgen parte de la creencia de que el cuerpo y el alma de la Virgen María, madre de Jesucristo, fueron llevados al Paraíso cuando terminaron sus días en la tierra. Esta Asunción de la Virgen simboliza el triunfo de la misma sobre las fuerzas del mal (que ni siquiera pudieron corromper su cuerpo). Vemos cómo en la elección de los patrones y advocaciones importantes sigue la costumbre de nombrar como tal a una advocación mariana. En nuestro caso ahora la Asunción como antigua Patrona

Por otro lado, la devoción de san Roque parte de la peregrinación del mismo a Roma. Se cuenta que por el camino, el santo curaba a los afectados por la peste hasta que él mismo cayó enfermo. En esta situación, san Roque se retiró a un bosque en el cual hizo brotar un manantial del que poder beber y en el que le visitaban un ángel y un perro para curarle las heridas y darle comida respectivamente. Es por este mito por el que san Roque se convirtió en un santo especializado en la curación de la peste y de toda clase de epidemias.

Nuestra imagen de San Roque nos ha acompañado durante todo el confinamiento. Le hemos rezado e implorado por todo nuestro pueblo, por ello, este año cobra un sentido especial la celebración de su fiesta. Seguimos pidiendo su intercesión por todos nosotros, por todo Villar del arzobispo para que nos libre del coronavirus y del pecado. Qué estos días de fiesta, aunque no sean como siempre, pero en nuestro corazón debemos vestirnos con nuestro mejor traje de fiesta para ir al encuentro del Señor.

RAÚL GARCÍA ADÁN

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