Editorial

Y ahora ¿qué?

Con la Solemnidad de Pentecostés hemos cerrado el tiempo pascual de este año litúrgico, el tiempo de la Iglesia por excelencia, en el que hemos reconocido a Cristo resucitado en nuestras vidas y hemos recordado la vocación misionera que compartimos como bautizados en una misma fe y en un mismo Espíritu.

La tentación es que a partir de ahora dejemos un poco de lado al Señor, que nos centremos en el periodo vacacional, y que nuestra vida de fe que durante estos últimos meses se ha fortalecido, ahora se diluya entre tanto entretenimiento y tantas cosas prometedoras de las que nos había privado el tiempo de la pandemia.

Ahora, tras esta etapa que nos ha servido para despertar y volvernos a enamorar de Dios, volvemos al tiempo ordinario, a la vivencia reposada y cotidiana de la fe, en la que tenemos la gran responsabilidad de traducir lo vivido y celebrado a nuestro día a día, a lo que va tejiendo cada día la trama de nuestras vidas.

Es quizás el tiempo más exigente para los creyentes, tanto a nivel personal como comunitario, porque parece que nada nos ata demasiado, que no hay grandes celebraciones ni tampoco muchas actividades pastorales motivadoras. Es el tiempo de la fidelidad, el tiempo de poner a prueba nuestro compromiso y recordar que nuestra fe se configura y se sostiene de vivir cada día a la luz del Evangelio, de seguir cada jornada a Jesús, alimentándonos del pan de la Palabra y de la Eucaristía, que cada día nos ofrecen una nueva enseñanza y una mirada diferente hacia Dios, el mundo y los hermanos.

Por eso creo que debemos animarnos mutuamente para no decaer, para que las vacaciones no nos desconecten ni nos permitan alejarnos de Dios, sino todo lo contrario, para que puedan ser un tiempo de agradecimiento por lo sumado y aprendido, y para hacer un plan de como queremos vivir la fe en el próximo curso.

Por ello, para recordar la base de nuestra fe, lo más esencial de nuestras creencias, volvemos al año litúrgico celebrando la Solemnidad de la Santísima Trinidad, que nos recuerda que el amor que Cristo nos ha comunicado y manifestado, es la esencia del Dios cristiano, uno y trino. El amor del Dios trino es lo primero que celebramos tras la Pascua, porque de este amor vive la humanidad desde el primer momento de su existencia. El amor de Dios sostiene, ilumina y enseña a amar a los hombres.

Que esta primera fiesta nos sirva para tomar conciencia del amor infinito con el que Dios nos ama, y así podamos ir saboreando y agradeciendo este amor hasta la llegada del nuevo año litúrgico con el que nos volvamos a introducir como comunidad en los misterios de la vida de Cristo.

Quique, vuestro párroco.

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