Editorial

Subir al Monte Carmelo

En unos días, la comunidad de carmelitas de nuestro pueblo iniciará el triduo preparatorio a la fiesta de la Virgen, Nuestra Señora del Monte Carmelo. Esta advocación de María, ligada a la orden carmelitana desde su fundación, siglos antes de la reforma teresiana, es el signo de identidad de esta gran familia de los carmelitas. Puestos bajo la protección de la Virgen, viven en el seno de la Iglesia su carisma marcado por la oración, la vida en comunidad y la espiritualidad del Carmelo inspirada en el testimonio del profeta Elías.

Está claro que esta celebración de la Virgen del Carmen va ligada a una vivencia de la fe con carácter popular y festivo, dada la gran devoción que se le profesa en toda la Iglesia y en multitud de países y regiones. No obstante, y sin quitarle el valor a la dimensión religioso-popular de esta fiesta mariana, creo que contar con la presencia del Carmelo en Villar, y poder compartir con ellas estas jornadas que nos preparan a la Solemnidad de Nuestra Señora del Carmen, supone aprender de nuestras monjas, de su vida, de su experiencia de fe, y sobretodo supone una posibilidad para formarse y vivir como cristianos.

La fiesta del Carmen nos recuerda la presencia de Dios en la vida, especialmente transparentada muchas veces en la figura tierna y maternal de María. Esa nuvecilla del Carmelo que nos protege, nos refresca y nos acompaña discretamente, es la presencia de María en nuestra vida cristiana. Ella es quien, con su intercesión, nos resitúa y nos hace volver la mirada hacia aquello más esencial de nuestra vida, Dios y su manifestación en nuestro camino humano y espiritual.

Además, como abogada e intercesora de las almas, la fiesta del Carmelo es una oportunidad para orar por nuestros difuntos, para volver al horizonte de nuestra mirada el sentido trascendental de la vida, y el deseo de salvación, de eternidad que anida en el corazón de todo creyente. Ese deseo de vivir en presencia de Dios, de compartir con él la vida eterna es aquello que conocíamos como el “celo por las alamas”. Gozar del amor de Dios para siempre es lo que queremos para nosotros y para los que amamos, e incluso para los que no conocemos, pero que no podemos privar de esta experiencia gozosa. La Virgen del Carmen es invocada como especial ayuda para alcanzar la vida eterna, por lo que es un buen momento para orar por nuestros aquellos que nos han precedido en el camino de la fe, y por quienes, habiendo dejado este mundo, esperamos gocen ya de la presencia de Dios en su Paraíso.

También la fiesta de la Virgen del Carmen va estrechamente ligada al sentido y la imposición del Santo Escapulario. Vestir el escapulario del Carmen es vivir en configuración con la Virgen María, con el Carmelo y con su espiritualidad de confianza, sencillez y pobreza, para crecer en las virtudes evangélicas. Es decir, ir vestidos con el escapulario de la Virgen nos asemeja a ella, y nos recuerda cada día la importancia de la santidad en la que hemos de crecer, tomando como ejemplo la vida de María y la de los santos carmelitas que nos han precedido en el camino de la perfección evangélica y en el testimonio de vivencia del espíritu del Carmelo.

Reemprendamos este camino de Subida hacia el Monte Carmelo, contando con la ayuda de tantos santos carmelitas y de nuestra Santísima Madre, que nos empujan a esa cima donde encontrar a Dios para vivir eternamente en su presencia.

Quique, vuestro cura.

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