Editorial

ADORAR

Cada jueves durante el transcurso del “curso” pastoral, nuestra comunidad tiene un tiempo dedicado a la adoración. No pienso que seamos pocos, pero creo que podemos ser más los que de forma comunitaria empecemos a valorar y disfrutar de este tiempo (aparentemente sin rentabilidad concreta) que nos va configurando a Cristo y nos va ayudando a adentrarnos en el misterio de la Eucaristía.

Aunque nos cueste tiempo y paciencia, la adoración nos ofrece la posibilidad de crecer en humildad y sencillez. Contemplar a Cristo presente en el pan Eucarístico nos permite ir adquiriendo la conciencia de ser criaturas en manos de Dios. Es un tiempo para comprender nuestra pequeñez y abandonarnos en manos del Señor, consciente de la importancia de vivir solo para amar y ser amados.

Adorar es también tiempo para orar, por eso lo hacemos en comunidad. Es oración de los hermanos, de unos por otros; es intercesión constante por la humanidad, el mundo, la Iglesia, nuestra parroquia, los hermanos, las almas de nuestros difuntos… Es un tiempo oportuno para presentar a Dios nuestras preocupaciones, nuestros anhelos, los deseos más íntimos que cada uno tenemos en el corazón, pero que necesitamos expresar y poner en manos de aquel que puede hacerlo realidad.

La adoración es también tiempo de crecimiento. Adorando a Jesús Eucaristía vamos comprendiendo el valor de la Palabra de Dios. Escuchamos textos del magisterio de la Iglesia (este año sobre la Evangelización), y vamos construyendo y afianzando nuestra vida cristiana. Y es tiempo de crecimiento parroquial y comunitario, porque depositamos en manos de Dios los proyectos comunitarios, las actividades pastorales, todo aquello que en la parroquia llevamos a cabo, lo ponemos ante la presencia de Jesucristo, esperando de él su bendición y ayuda.

Podría estar muchos editoriales argumentando como de recomendable es para un cristiano tener un tiempo para adorar al Señor en su presencia eucarística. Pero creo que hay cosas que necesitan de la experiencia para comprenderlas, valorarlas y desearlas. Busquemos este tiempo para el tú a tú, para el diálogo, o quizás también para el silencio, para que sea él quien nos hable y vaya configurando nuestra vida y nuestra fe. Cada jueves el Señor te espera ¿te animas a acompañarle?

Quique, vuestro Párroco.

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