Editorial

¿Qué espera el mundo de nosotros, los cristianos?

Hay momentos en el tiempo, como el que ahora nos encontramos, que marcan el cambio de una era, de una época, de un ciclo. Ciertamente muchos estudios señalan que hoy estamos acudiendo al final de la postmodernidad, para iniciar un tiempo nuevo y diferente a nivel social, humano, internacional…

Ante esta realidad, hay una pregunta que surge en el corazón de aquellos que tenemos la fe como sostén y sentido de nuestra existencia. ¿Qué espera hoy el mundo de nosotros? Cuando Cristo es el centro de la vida, hay muchas cosas alrededor que observamos desde una óptica distinta, desde la mirada evangélica. Y así, los cristianos vamos caminando con el objetivo de que independientemente de los cambios, las novedades, lo que nos resulta sorprenderte o incomprensible, sea la fe la que marque el rumbo de nuestro camino.

Contando con los cambios, lo nuevo, y lo desconocido, creo que hay algunas claves sobre las que los cristianos debemos mostrar nuestra posición irrenunciable. En primer lugar, en nuestro compromiso, la forma en que nuestra vida está comprometida con la comunidad parroquial, con la Iglesia, con la experiencia de la fe.

Quizás sea bueno pensar que nos hace relativizar a Dios, y por ende nos aleja de él hasta caer en el error de creer muchas veces que no lo necesitamos.

El primer lugar en la vida del creyente es para Dios de forma innegociable, aunque otras cosas nos aparezcan como prioritarias a otros niveles (profesional, sociológico, familiar). La fe sin compromiso de vida se convierte en consumismo que usamos cada vez que nos apetece o nos resulta cómodo o satisfactorio. De esta forma la fe acaba banalizándose como tantas realidades en nuestro mundo.

También en la coherencia de nuestros actos, pensamientos, opiniones, comportamientos. Creer una cosa y hacer otra, abanderar una causa y apoyar otra distinta, partir de un criterio mortal y ético y después adaptarlo a nuestra conveniencia son acciones que nos alejan de Dios, y nos hacen a ojos de los demás poco creíbles, y a nuestra fe una mera ideología sin consistencia ni interés. No es una forma de vida, sino una mera opción temporal.

Aunque ciertamente, quizás el mayor testimonio de fe sea nuestra fidelidad a Cristo. Vivir fieles a su enseñanza, fieles a los sacramentos, fieles a la vida comunitaria. La fidelidad se aprende y se consolida en el encuentro con Cristo. La oración, la Eucaristía, la confesión, la entrega a la vida comunitaria y eclesial, la implicación en la vida pastoral de la parroquia, el deseo evangelizador y comunicador de la buena noticia son signos claros de una vida fiel a la fe y entregada en manos de Dios.

Comprometidos, coherentes, fieles. Esto espera el mundo de los cristianos de hoy. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Meditemos nuestras respuestas…

Quique, vuestro cura.

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